"Lo que ha sido creido por todos siempre y en todas partes, tiene todas las posibilidades de ser falso". Paul Valéry
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Es curioso que muchos nos quejemos constantemente de que España, país glorioso para vivir donde los haya, sea un pozo negro de corrupción y caradurismo, pero más bien pocos toman la determinación de hacer algo al respecto. Algo que, por otra parte, bien podría ser aplicado a cualquier nación del continente europeo.
Cruzar la frontera no es la solución más adecuada a priori, aunque quizás sí lo sea para aquel que vive sin mirar atrás. En ciertas ocasiones, uno se plantea si realmente deberíamos actuar con la diligencia que marcan las etiquetas de la moral, pues con el paso de los años y el deterioro de las relaciones sociales, ésta se convierte en un concepto que parece algo obtuso si analizamos cualquier situación política de la actualidad.
Si expresas lo que piensas realmente en las redes sobre los mandatarios, hoy en día se te juzga y se te condena. Tampoco es sencillo crear un movimiento social que garantice la perseverancia hacia la mecánica ética y racional. La labor de los grandes partidos políticos es prácticamente imposible sin una descomunal cantidad de capital, demasiados contactos directos y una influencia social refinadamente compactada.
Ante tanta desolación, avanzamos en el tiempo agotando nuestro presente desbordado con la negatividad que nos circunscribe. La que nos llueve del cielo por sorpresa. Intentar eludir tan pesada carga supone un enorme esfuerzo de consciencia que está convirtiendo nuestra realidad en una ciénaga de arenas movedizas que nos hunde en la desesperación e impide avanzar a paso firme hacia la felicidad que todos merecemos.
Los seres mediocres somos esclavos de la voluntad de un puñado de desalmados. A causa de nuestro sentido de responsabilidad individual, familiar y colectiva, ellos bien saben que nuestro afán natural por sobrevivir implica la despreocupación por ciertos temas que controlan el tejido de las sociedades. Los que nacen en las cunas de las élites crecen en un entorno donde se les garantiza la capacidad de contagiarse con los argumentos disfrazados necesarios para suplantar cualquier referencia sobre la equidad o colaboracionismo.
Entendemos que el esfuerzo dignifica y que la dedicación ejemplifica, pero despreciamos las nociones que no buscan consecuencias con referencia evolutiva. La mejora de las condiciones de vida de nuestros entornos tienden a ser desdibujadas con el pretexto de crear un panorama más propicio al individualismo y a la supravivencia. Erramos en el camino de la cooperación y elegimos la vía del enriquecimiento exponencial o progresivo.
Falta tiempo para asimilar lo que nos enseñan nuestros sabios. Faltan ganas de advertir que el planeta sufre con este descaminado empeño. Es necesario seguir avanzando con nuevos propósitos que respeten la colaboración, la contribución, la asistencia, la ayuda, el auxilio, el apoyo al colectivo, el socorro individual, sufragio, subvención.., aunque debemos contemplar que la ejecución de estas racionales políticas de equidad suelen crear, todavía, demasiados individuos de carácter totalmente parasitario que se nutren del sistema y colaboran lo más mínimo.
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