recogida de una actualidad con el ánimo de archivo y la opinión personal

martes, 19 de enero de 2016

El nauseabundo colectivo que busca una razón evolutiva más elemental





"París. El patrimonio acumulado por el uno por ciento de las personas más ricas del mundo superó en 2015 al del 99 por ciento restante, con un año de adelanto respecto a las previsiones al respecto, informó este lunes la ONG británica Oxfam en tanto se aproxima el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza).
"La brecha entre la franja de los más ricos y la del resto de la población (del planeta) se ha profundizado de manera espectacular durante los últimos doce meses", constata un informe de la ONG titulado "Una economía al servicio del 1%", publicado en lo previo al foro (WEF), que comienza el miércoles en Davos.
"El año pasado, Oxfam predijo que esto ocurriría en 2016. No obstante, ya ocurrió en 2015: un año antes", subraya el informe.
Para ilustrar esta brecha espectacular en las desigualdades durante estos últimos años, la ONG calcula que "62 personas poseen tanto (capital) como la mitad más pobre de la población mundial", en tanto las primeras se calculaban "en 388 hace sólo cinco años".
La ONG llama a los participantes en el foro a actuar: "no podemos continuar dejando que centenares de millones de personas padezcan hambre cuando los recursos para ayudarlos están concentrados a alta escala por unas pocas personas", afirma Manon Aubry, encargada de asuntos de justicia fiscal y desigualdades de Oxfam Francia, citada en un comunicado.
Según la ONG, "desde el comienzo del siglo XXI la mitad más pobre de la humanidad se beneficia de menos del 1% del aumento total de la riqueza mundial, mientras que el 1% más rico se repartió la mitad del mismo".
Para hacer frente a este crecimiento de las desigualdades, Oxfam llama en particular a poner fin a "la era de los paraísos fiscales", subrayando que nueve empresas sobre diez que figuran "entre los socios estratégicos" del WEF "están presentes en al menos un paraíso fiscal".
"Debemos encarar a los gobiernos, empresas y élites económicas presentes en Davos para que se comprometan a poner fin a esta era de los paraísos fiscales, que alimentan las desigualdades mundiales, e impiden a centenares de millones de personas salir de la pobreza", afirma Winnie Byanyima, directora general de Oxfam International, quien estará presente en Davos.
El año pasado, varios economistas contestaron la metodología utilizada por Oxfam para establecer sus estadísticas. La ONG defendió el instrumento utilizado para tal estudio de manera sencilla: el (cálculo del) patrimonio neto, es decir, los activos poseídos menos las deudas."



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El capitalismo se ha desarrollado de esta irracional forma y poco va a variar a no ser que estalle algún tipo de revolución social.  

Hasta que no se acoten sus términos más elementales, el progreso de sus efectos no sólo será devastador para la raza humana sino que también para la globalidad de nuestro planeta.  Cuanto antes percibamos que la naturaleza no funciona con el apreciado papel impreso, antes podremos retroceder en el camino apocalíptico que llevamos; quizás, si lo conseguimos en un corto plazo de tiempo, podamos reparar los tejidos con los que arropamos el futuro de esta distorsionada y dantesca realidad.


El discurso reparador ya se escucha tímidamente a través de algunos megáfonos sociales.  Su concreción resulta consonante para todos aunque lo dejamos escapar en la dispersión de los sonidos producida por la espesa atmósfera claudicante en la que vivimos. Hace falta que nos creamos el mensaje y discurramos por un equilibrio de pensamiento más sincero y más relacionado con el placer de compartir que con la más codiciosa e individualizada religión del poder y el querer más.

Las teorías sobre el anticapitalismo existen desde tiempos inmemoriales.  La razón exige ya que entremos a valorar el esperpéntico espectáculo que estamos dando en el escenario de la realidad natural.  La terapia reparadora de la ciencia social exige que reculemos el proceso de inmediato para, así, poder llegar a evitar que el aparato digestivo comunitario haga precipitar toda la física contenida en el mecanismo que alimenta nuestra, hasta ahora, equivocada realidad.  La determinación individual debe ser absoluta para evitar continuar vivir de rodillas ante un régimen corrompido que nos produce la náusea constante y el peor malestar existencial.

Mientras los fármacos continúan dilatando nuestra presencia física produciendo una dependencia social arraigada en la estrategia de los que quieren ganar más, nuestras expectativas de mejorar la calidad de vida retroceden hacia unos parámetros que se repiten en la historia de la humanidad.  Son aspectos que están plasmados en los libros y que conocemos con demostrada solvencia y absoluta claridad.

¿A qué esperamos, pues, para abandonar esta vía destructiva que evoluciona ahogando nuestro futuro y deconstruye la capacidad de sostener el planeta para los que vienen detrás?

Una compleja pregunta para la que todavía no se obtiene una respuesta con algún rigor intelectual.  



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domingo, 10 de enero de 2016

Zygmunt Bauman y el gato suicida





"Lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza.  La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces.  Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse.  La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado.  El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes.  La política tiene las manos cortadas.  La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas.  Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración.  El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos.  Las instituciones democráticas no fueron diseñadas para manejar situaciones de interdependencia.  La crisis contemporánea de la democracia es una crisis de las instituciones democráticas."..




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Antiguamente, para creerse algún postulado tan solo era necesario escuchar un discurso convincente, en mayor o menor grado, pero siempre con cierta atención.  Hoy, el poder de ese determinante argumento ha cambiado de forma y de sentido hacia una dispersión que promueve aquello que en sociedad resulta a priori poco creíble de por sí.  

Los medios actuales que difunden la palabra y el pensamiento nos conducen hacia una simplicidad del enclaustramiento cognitivo, un proceso a través del cual ponemos en duda cualquier relación que se centre en acotar la voluntad de disipar la verdad y la de simplemente informar para el bien de cualquier comunidad en la que se desarrolla nuestra realidad más subjetiva.

Tomemos del mundo de las ciencias, por ejemplo, la Paradoja de Schrödinger sobre el absurdo o contradictorio mundo de la física cuántica.  Aquello que el famoso Albert Einstein categorizó como una idea contraria a la verdad aunque finalmente acabó aceptándose como bien cierta. 

"Imaginemos un gato dentro de una caja completamente opaca.  En su interior se instala un mecanismo que une un detector de electrones a un martillo.  Debajo del martillo hay un frasco de cristal con una dosis de veneno letal para el gato.  Si el detector capta un electrón se activará el mecanismo, haciendo que el martillo caiga y rompa el frasco.  Si se dispara un electrón, por lógica, pueden suceder dos cosas: 
     
     a) puede que el detector capte el electrón y active el mecanismo. En ese caso, el martillo cae, rompe el frasco y el veneno se expande por el interior de la caja. El gato lo inhala y muere. Al abrir la caja, encontraremos al gato muerto. O, 

     b) puede que el electrón tome otro camino y el detector no lo capte, con lo que el mecanismo nunca se activará, el frasco no se romperá, y el gato seguirá vivo. En este caso, al abrir la caja el gato aparecerá sano y salvo.

Hasta aquí todo es lógico. Al finalizar el experimento veremos al gato vivo o muerto. Y hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que suceda una cosa o la otra. Pero la cuántica desafía nuestro sentido común.

El electrón es al mismo tiempo onda y partícula.  Para entenderlo, sale disparado como una bala, pero también, y al mismo tiempo, como una ola o como las ondas que se forman en un charco cuando tiramos una piedra.  Es decir, toma distintos caminos a la vez y, además, no se excluyen sino que se superponen, como se superpondrían las ondas de agua en el charco. De modo que toma el camino del detector y, al mismo tiempo, el contrario.

El electrón será detectado y el gato morirá y, al mismo tiempo, no será detectado y el gato seguirá vivo.  A escala atómica, ambas probabilidades se cumplen de forma simultánea.  En el mundo cuántico, el gato acaba vivo y muerto a la vez, y ambos estados son igual de reales. Pero, al abrir la caja, nosotros sólo lo vemos vivo o muerto.

¿Qué ha ocurrido? Si ambas posibilidades se cumplen y son reales, ¿por qué sólo vemos una?  La explicación es que el experimento aplica las leyes cuánticas, pero el gato no es un sistema cuántico.  La cuántica actúa a escala sub-atómica y sólo bajo determinadas condiciones.  Sólo es válida en partículas aisladas.  Cualquier interacción con el entorno hace que las leyes cuánticas dejen de aplicarse.

Muchas partículas juntas interactúan entre sí, por eso la cuántica no vale en el mundo de lo grande, como el gato. Tampoco cuando hay calor, pues el calor es el movimiento de los átomos interactuando y el gato es materia caliente.  Pero lo más sorprendente es que incluso nosotros, al abrir la caja y observar el resultado del experimento, interactuamos y lo contaminamos.

Así es.  Una curiosa característica de la cuántica es que el mero hecho de observar contamina el experimento y define una realidad frente a las demás.  Einstein expresaba así su desconcierto: "¿quiere esto decir que la Luna no está ahí cuando nadie la mira?"

Conclusión: cuando el sistema cuántico se rompe, la realidad se define por una de las opciones.  Sólo veremos al gato vivo o muerto, nunca ambas.  Este proceso de tránsito de la realidad cuántica a nuestra realidad clásica se llama decoherencia y es la responsable de que veamos el mundo tal y como lo conocemos" (fuente). 

Cada uno, pues, observamos una única realidad subjetiva e incomparable con la misma exactitud descriptiva ante dos opiniones contrarias.

Por tanto, el colapso de la confianza sobre valores subjetivos, bien sean físicos, económicos, sociales o políticos, viene dada porque se supone roto el conjunto del realismo con el se discernía en un principio.  La globalidad de la "caja" o realidad que nos engloba, todavía dista mucho de ser resuelta inteligiblemente por una humanidad que piensa desde dentro.  Salir de este parámetro físico real supone entrar en la paradoja de llegar a entender si la mecánica del proceso conducido es la más premonitoria para una consecución feliz o positiva para la solvencia o, incluso, la supervivencia de una mayoría. 

Antagonizarse de este compendio socialmente globalizado significa extrapolarse uno de la realidad mundial, mantenerse apartado en un aislamiento que poco se distingue con el que experimenta aquel reo que ha cometido un gravísimo delito social.  Sólo cambiando de lente y con mucha visión en perspectiva, podremos observar que las leyes de la naturaleza que nos rodea son imperturbables, y que además, nuestros derechos como especie deben ser los de no negociar con el expolio de los recursos naturales ni con la voluntad individualizada de acumular bienes en contra de cualquier lógica biológica.  

Un ejercicio que, sin lugar a dudas, deberíamos experimentar para abandonar esa zona de confort que nos procura de vez en cuando nuestra pantalla y nuestro sofá, para percibir de una vez por todas que lo único que no podemos controlar es la codicia y el poder para determinar el fin de los demás.




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