Qualquiera que pretenda hablar
de drogas con cierto fundamento debería haber leído antes este libro. Está
considerado uno de los libros más importantes a nivel internacional
sobre el estudio multidisciplinar de las drogas. Y en gran parte fue escrito en
la cárcel por su autor, condenado por tráfico de drogas.
En primer lugar, Historia
general de las drogas, de Antonio Escohotado, sirve
para aclarar muchas preguntas turbias. ¿Qué sucede con el asunto de las drogas
que produce tanta alarma? ¿Por qué la mayoría de gente usa la palabra “droga”
para referirse negativamente a todo un conjunto de sustancias que poco se
parecen entre sí y que, por definición, englobarían muchos medicamentos,
actividades e incluso el pis de gato?
La circulación de cualquier proteína cerebral con poderes euforizantes provoca una inmediata respuesta represiva, aunque su toxicidad sea inferior al de la patata, no cree dependencia y carezca de estigma social previo. Sin embargo, farisaicamente, ciertas sustancias seguirán considerándose medicinas decentes y artículos de alimentación a pesar de que, a la luz de los análisis científicos, sean potencialmente más peligrosas. ¿Nos imaginamos un mundo en el que hasta el café y los aguardientes también sean racionados?
Como dije, la obra está considerada como la más importante y ambiciosa sobre la fenomenología de las drogas. Un libro enorme (tres volúmenes en un solo tomo), que completa el enfoque histórico con el fenomenológico, mediante un Apéndice que examina las principales drogas descubiertas, tanto lícitas como ilícitas. Un libro erudito, riguroso, documentadísimo, con más de 1500 páginas y 5 kilogramos de peso, con 300 imágenes en color y blanco y negro, con una bibliografía que apabulla y un sistema completamente inédito de referencias para facilitar la consulta. Un libro escrito mientras su autor cumplía pena en la cárcel por una injusta condena por tráfico de drogas. Lo cual aureola de cierto romanticismo este grandioso mamotreto.
Se tiende a indentificar a los partidarios de la legalización de las drogas con disidentes confesos, con heréticos recalcitrantes, con irresponsables hippies en perpetuo trip o, en general, con depravados morales. Historia general de las drogas vence ese tópico, empezando por su propio autor, jurista, filósofo y sociólogo y profesor de Metodología de la Ciencia en la UNED. Y luego, tras una visión de las drogas a lo largo de la Historia, pone de manifiesto que el tema es más complejo de lo que parece, y que tras cualquier razonamiento científico se esconde todo un universo de influencias políticas y farmacéuticas.
La parte final del libro consiste en un análisis de las diferentes drogas disponibles, a fin de que el lector posea una información contrastada sobre todas ellas, especificando los siguientes puntos: dosis activa y dosis letal media, factor específico de tolerancia, dosis y tiempo mínimo requerido para que la privación induzca síndrome absistencial, efectos orgánicos y psicológicos más habituales de dosis pequeñas, medias y altas para cada sustancia, contraindicaciones específicas, modos de tratar inmediatamente intoxicaciones agudas o trances paranoicos, forma de detectar adulteración, y toxicidad de los sucedáneos más habituales en cada momento y lugar.
En definitiva, un libro imprescindible para inspirar cualquier artículo que se quiera escribir sobre drogas. Incluso para analizar aquel descacharrante (y agudo) capítulo de South Park, Major Boogage, donde se pone de moda inhalar pis de gato para colocarse. Finalmente, las autoridades optaban por eliminar la libre circulación de gatos por la ciudad y se instala una suerte de narcotráfico gatuno.
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Diálogo:
Es imposible resumir la vida y obra del filósofo Antonio Escohotado (Madrid, 1941) en unas pocas líneas sin dejar fuera lo fundamental, pero intentemos un esbozo: tras pasar su infancia en Brasil, se licencia en Derecho a finales de los sesenta y comienza a trabajar en el Banco Español de Crédito. Poco después lo deja todo para irse a vivir a una cabaña en Ibiza, donde traduce a Marcuse y Hegel, escribe sobre metafísica y comienza a experimentar con las drogas. En los ochenta pasa dos años en prisión acusado de tráfico de estupefacientes y allí culmina la monumental obra Historia general de las drogas, que lo convierte en una autoridad mundial en el tema y un personaje público siempre envuelto en la polémica. Posteriormente muestra interés por la física cuántica y escribe Caos y orden, que obtiene el Premio Espasa de Ensayo.
Es imposible resumir la vida y obra del filósofo Antonio Escohotado (Madrid, 1941) en unas pocas líneas sin dejar fuera lo fundamental, pero intentemos un esbozo: tras pasar su infancia en Brasil, se licencia en Derecho a finales de los sesenta y comienza a trabajar en el Banco Español de Crédito. Poco después lo deja todo para irse a vivir a una cabaña en Ibiza, donde traduce a Marcuse y Hegel, escribe sobre metafísica y comienza a experimentar con las drogas. En los ochenta pasa dos años en prisión acusado de tráfico de estupefacientes y allí culmina la monumental obra Historia general de las drogas, que lo convierte en una autoridad mundial en el tema y un personaje público siempre envuelto en la polémica. Posteriormente muestra interés por la física cuántica y escribe Caos y orden, que obtiene el Premio Espasa de Ensayo.
—En tu libro Los enemigos del comercio trazas el recorrido histórico del comunismo, remontándote hasta hace 2.000 años, con aquellos que consideraban la propiedad privada “un robo y el comercio su instrumento”. ¿Te definirías como anarcocapitalista?
No
lo sé, todo el trabajo que hago últimamente es intentar evitar
etiquetas y simplificaciones. Anarcocapitalista parece ser la obra de
Nozik y aún más la obra de Hayek. Anarquismo es rechazar el
autoritarismo, un invento feliz y atractivo para cualquier persona que
tenga respeto por los demás y por la inteligencia. Lo que pasa es que
esta formulación tan sencilla – “el anarquista es el que frena al
autoritario”— en la práctica resulta en otra cosa. Sale una pandilla de
rusos muy raros que están deseando es destruirlo todo –los nihilistas—
que piensan que tras esa destrucción, de repente, va a emerger una
racionalidad y un sentido nuevo de las cosas. De modo que no podemos
declararnos anarquistas si nos atenemos a los precedentes prácticos.
Respecto al capitalismo: el capital es trabajo acumulado, así que
capitalistas somos todos y siempre lo seremos. Lo que pasa es que
algunos no han podido acumular su trabajo de manera que les permita
vivir mañana y a esos desdichados los podemos llamar no-propietarios, o
proletarios. Dentro del capitalismo, están el capitalismo de Estado –que
es el que aplicaban los romanos o el Sha de Persia— y el capitalismo
privado. El cual comienza con una serie de personas que, en la
disyunción entre el más allá y el más acá, dijeron: “A mí me basta con
mi profesión”. Centraron su fervor en una maestría que les permitiese
trabajar por cuenta propia. A esto lo podríamos llamar el alma puritana.
—En ese sentido suele relacionarse el auge del capitalismo con la ética protestante, como en la obra de Max Weber.
Sí, por ejemplo, en el tomo segundo de Los enemigos del comercio
desarrollo un aspecto que Weber no ha estudiado y que me parece muy
interesante: el cómo las sectas puritanas en Estados Unidos crean el
capitalismo específicamente norteamericano. Porque da la casualidad de
que son sectas comunistas. Son siete –cuatro de ellas alemanas y dos
inglesas— apoyadas en los recursos que tienen los cuáqueros, otra secta
importante. Porque cuáquero fue William Penn, el gobernador de
Pensilvania, que decidió no quedársela sino hacer un estado; luego, los
estatutos de Pensilvania son un 80% de la constitución norteamericana.
Pues bien, aprovechándose de que los cuáqueros poseían el Merchant
Adventurers –que era una compañía que llevaba bienes y personas a uno y
otro lado del Atlántico— se compadecieron de unas iglesias reformadas,
independentistas, que no eran comunistas cuando vivían en Europa pero
cuando llegaron a Estados Unidos y viendo las dificultades enormes que
tenía que sacar adelante, se hicieron comunistas. Todo esto no es
conocido pero es muy interesante: ver cómo un comunismo que no es
obligatorio, que no quiere doblegar al otro, que es un comunismo
instrumental, puede ser una fuente inexorable de prosperidad, paz y
respeto mutuo. Aun ahora, cuando inspeccionas el panteón fundacional del
capitalismo norteamericano, lo que aparecen son los “shakers”, los
rapitas, los zoaritas, los amanitas… esas sectas comunistas originales.
—Sueles criticar duramente la Revolución Francesa y reivindicas la Revolución Norteamericana como la auténticamente liberal.
Es
que en la Revolución Francesa se produce una oposición entre conseguir
la autonomía personal y conseguir la autonomía nacional, por eso llega
Robespierre y, con él, el Terror. Porque dice que la libertad debe ser
el cumplimiento colectivo, la satisfacción general del pueblo. Vale,
pero ¿por qué demonios excluye los derechos civiles? ¿Por qué coincide
el establecimiento de la libertad con que se llame “liberticida” al
disidente? ¿Por qué “libre” significa “patriota”? La Revolución
Americana, en cambio, se consuma sin sangre. La única sangre derramada
está en la Guerra de Independencia. Pero cuando se vence, los muchos
realistas que quedan son gentilmente invitados a respetar la nueva
Constitución, a irse a Canadá o a volver a Inglaterra.
—En
esa línea es curioso cómo Estados Unidos en su día compró Alaska en vez
de haberla invadido militarmente, que es lo que siempre se había estado
haciendo.
Y
lo mismo hizo con la Luisiana, en la famosa compra de Jefferson a
Napoleón. Yo intento documentarla con detalle, porque Jefferson dice de
él que no sólo es un payaso, sino un muerto de hambre. Ellos querían
comprar el puerto de Nueva Orleans y de repente Napoleón estaba tan mal
de dinero –como siempre les pasa a estos señores que andan haciendo
guerras— que ofreció toda la Luisiana que acababa de robarle a los
españoles. Y Jefferson le dijo al embajador “¡Compra!”.
—Pero,
por otro lado, también se asocia el capitalismo con el imperialismo. El
imperialismo europeo decimonónico, suele decirse, fue consecuencia del
desarrollo capitalista.
Hobson,
que luego influiría mucho en Keynes, es quien más estudió el momento
dramático inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, cuando
Alemania intenta abrirse camino estableciendo colonias por el mundo.
Ante su poder intelectual e industrial, sus universidades y sus
fábricas, a Alemania le resulta absurda la situación de no tener
posesiones en el extranjero, a diferencia de Francia o Inglaterra. Ahí
es cuando se plantea el vínculo entre imperialismo y capitalismo.
Hobson, a mi juicio, es un pensador al que no se le concede ahora el
mérito que tiene. En parte porque Lenin lo aprovecha para sus propios
fines y lo combina con un libro que acababa de publicar Rosa Luxemburgo
acerca del capitalismo, que no se podría mantener sin convertirse en
imperialismo. Cuando lees a Hobson te das cuenta de que él no dice eso,
sino que el capitalismo sufre una crisis interna recurrente –eso ya lo
había visto Sismondi un siglo antes—, tratando de conseguir un estímulo
del consumo basado en que no se extreme el ahorro. Y esto lo podemos
llevar a las sectas puritanas en las que el dogma ha sido “trabaja y
ahorra”. Lo que Hobson reclamó, como hizo antes Sismondi y luego Keynes,
es “trabaja, pero parte de tu ahorro empléalo en el consumo o si no
esto no se podrá mantener”.
—Esto, en la sociedad actual ocurre de manera más acentuada.
Ahora
es evidente; ha habido tantísima liquidez que para que las ratas no se
comiesen los almacenes de efectivo la solución ha sido invertir. Y
claro, “la inversión de la inversión de la inversión” ha llevado a esta
ingeniería financiera. Yo dedico en Caos y orden
dos capítulos a la ingeniería financiera de los que estoy satisfecho,
porque el libro es de 1999 pero, leídos ahora, se ve que son una
descripción de lo que pasó con Lehman Brothers. Se empieza a hacer lo
que llaman ellos “productos garantizados” en base a unos cálculos
supuestamente sofisticados e infalibles, sobre que si inviertes en bonos
del tesoro coreano y luego inviertes también en General Electric… etc. Y
que si haces una diversificación de cartera quedas absuelto de riesgo.
¡Mentira! Lo que haces es aumentar la volatilidad de esos productos al
máximo. Pero date cuenta de que esto es inevitable.
—Según algunas voces esto habría sido consecuencia de la desregulación bancaria, de un exceso de liberalismo.
Pero
estas personas deberían estudiar el caso para ver cómo lo regularían
ellos. Igual que hablan de neoliberalismo y no saben lo que dicen
–porque no saben distinguir neoliberalismo de liberalismo— tampoco son
capaces de identificar cuáles son los mecanismos de regulación a los que
aspiran. ¿Significa esto que no pueden hacerse transacciones a través
de Internet, por ejemplo? Esto es lo que en el fondo se está pidiendo.
La velocidad de traslación de capitales que Internet permite… si quieren
decir esto, que lo digan. Pretender que el liberalismo saca al Estado
de la actividad económica es ignorancia.
—¿Y aquellos que defienden por ejemplo la Tasa Tobin?
Lo
mejor en esos casos es leer lo que decía el propio Tobin cuando los
anti-globalización pretendieron imponer dicha tasa. Y él decía “lean mis
libros, entérense de lo que realmente hablo”. Es un poco absurdo que se
estén citando unos consejos escritos antes de que apareciese Internet,
cuando él no defendía eso. Señores, infórmense. Que es, por lo demás, lo
que me pasa a mí, que a los cuarenta años me tuve que poner a estudiar
matemáticas, a los sesenta me tuve que poner a estudiar física de
partículas y ahora a los setenta estudio economía política. Con todo lo
mal que va el mundo en muchos sentidos, en este ámbito de la información
disponible va fenomenal. Para las personas que quieren informarse, es
un momento idóneo.
—Ahora
con Internet parece que las posibilidades son enormes, pero es difícil
distinguir la información veraz entre todo lo que se escribe…
Evidentemente.
En la Wikipedia puedes encontrar una información perfecta si buscas
Carlay o Epicuro, y muy discutible si te hablan de derivados
financieros. Porque en un caso hay propaganda y en el otro no. Es
función del entendimiento individual. Lo que hay que entender es aquello
que decía Holderlin: “Donde crece el peligro, crece la salvación”.
Cuando alguien viene y nos ofrece una situación segura, hay que
preguntarle inmediatamente ¿Qué me vas a ordenar a cambio de esta
seguridad que me ofreces?
—El comunismo tradicionalmente ha gozado de mucho prestigio intelectual y moral. ¿Por qué?
Porque
proviene del cristianismo y detrás tiene la constelación mesiánica, la
gran promesa de superar el estado de cosas. Es lo que Marx llama “Ley
general de desarrollo”, donde las clases sometidas expulsan a las clases
sometedoras: el proletariado expulsa a la burguesía en una versión
actualizada de “los último serán los primeros”. El mesianismo es algo
que tiene un pie en la conciencia y otro en la inconsciencia, es un
arquetipo universal. El Mesías es el chivo expiatorio racionalizado y el
chivo expiatorio está tan conectado con nuestro sistema nervioso como
la tendencia humana a desplazar el mal de un lado a otro, la
transferencia del mal. Si lees a Marx verás cómo desprecia esas
tonterías del paraíso de Adán y Eva, que no son nada en comparación con
las comodidades efectivas que ofrecerá el comunismo una vez aplicado.
—El profesor de psicología de Harvard, Dan Gilbert, dice que mucha gente no comprende realmente el funcionamiento del mercado. Según él, un error muy frecuente es considerar el precio de las cosas como una esencia invisible del objeto y no como una relación dependiente del contexto, de la oferta y la demanda. Es decir, muchos creen que una hamburguesa debería costar siempre y en todo lugar tres euros, y si te cobran más, aunque estés en medio del desierto, es un robo.
¿Gilbert
se llama?, qué gracia. Oferta y demanda es lo que en derecho se llama
autonomía de la voluntad. Cada vez que decimos que hay que superar el
mercado lo que se quiere decir es: queremos que nos digan qué producir.
Es bastante gracioso que se personalice, igual que Marx a veces pone
“Capital” con mayúscula y pasa a llamarlo “Monsieur le Capital”. Él, que
tanto habla de los fetiches, fetichiza el capital, que no es nada más
que trabajo acumulado. El gran problema del comunismo es intentar medir
el valor como trabajo por unidad de tiempo. Eso es tan disparatado como
imaginar que Picasso pinta una paloma y le toma tres segundos, y eso
vale tanto como la pintura que hagamos tú o yo de una paloma. Pues no es
así, lo sentimos mucho. ¿Por qué demonios ciertos trabajos son
enormemente valiosos, como los poemas de Verlaine, y lo que escribió El
Tostado no vale nada? Porque hay autonomía de la voluntad. Si no reinase
el deseo, reinaría la planificación.
—¿Esa
oposición a la planificación de un poder centralizado frente a la
existencia de múltiples agentes autoorganizándose, podría ser lo que
inspira las protestas de Sol?
Vendría bien que estas personas de Sol releyeran la dialéctica del amo y el siervo tal y como la plantea Hegel en su Fenomenología del espíritu.
Se darían cuenta de que no puede interrumpirse el movimiento. Las cosas
son producto de la evolución y para evolucionar necesitan atravesar
etapas de contradicción. Sin contradicción no hay progreso. Que un
planificador central dé paso a una autoorganización localizada es algo
inevitable y además deseable. Pero fíjate tú que ahora mismo el problema
de España es tener que pagar el Estado central y el autonómico. Eso no
quiere decir que no debamos tener autonomías, quiere decir que hemos de
ser humildes y admitir que no vamos a encontrar ninguna solución
definitiva. Vamos hallando remedios al problema fundamental de la vida
en sí, que tiene que alimentarse de otra vida. En el momento en que
descubramos el fusor, que requerirá una temperatura de millones de
grados para tirar ahí una piedra y extraer dos megavatios cambiará la
situación. Hasta entonces, hemos de tener todos los días mil millones de
pollos mantenidos en condiciones atroces, incompatibles con la dignidad
que deberíamos otorgar a otras formas de vida. Pero lo fundamental es
que no vamos a encontrar soluciones definitivas, eso es lo que hay que
decir a los chicos de Sol. No se trata de romper lo establecido, sino de
perfeccionarlo. Les diría también que igual que antes fue necesario
separar a la Iglesia del Estado, ahora es necesario separar a la clase
política de la economía. Esa es la asignatura pendiente de nuestro
tiempo, ya hemos visto lo que ha pasado por ejemplo con las cajas de
ahorros.
—Respecto a la clase política, parece que critican su separación de la ciudadanía.
La
clase política es imprescindible en las democracias representativas con
densidades de población muy grandes. Es inevitable que algunas personas
sean descargadas de otros trabajos para dedicarse a funciones
legislativas, ejecutivas y judiciales. Es imprescindible, pero
manteniendo un control sobre su crecimiento. Nos encontramos con una
clase política que en el pasado nos liberó de los salvadores tipo
Hitler, Stalin y otros totalitarios, pero ahora esa clase política ha
crecido demasiado y hay que controlarla para que no asfixie al poder
judicial, para que no corrompa al poder legislativo y no aumente su
poder hasta extremos absurdos su poder, como por ejemplo en la cruzada
contra las drogas.
—En tu libro Sesenta semanas en el trópico
cuentas que en los años sesenta intentaste ingresar en el Vietcong para
combatir en la selva vietnamita a los marines americanos.
Claro
que sí, es que era indignante. Yo me despertaba cada mañana indignado
con las noticias de que estaban bombardeando con Napalm a aquella pobre
gente que solamente tenía su coraje y un AK-47 para resistir al invasor.
Creo que si volviese a producirse una situación así y no tuviera
setenta años volvería a ofrecerme voluntario. Por fortuna, el cónsul
vietnamita dijo que aquello era muy duro y que ningún europeo lograría
sobrevivir, pero también me dijo que hubo miles de europeos y americanos
que pasaron por su consulado parisino para ofrecerse voluntarios.
—En ese libro da la impresión de que acabaste realmente harto de los tailandeses.
Es
que son personas que no están acostumbradas a recibir residentes,
acogen al turista una semana y ya está. Pero si vas allí y pides que te
traten como a uno más, como se trata a los inmigrantes en Europa,
entonces la cosa se torna muy dura. Ellos se llaman orgullosamente
“gitanos”, no se dan cuenta de que en Europa no es un término de
exaltación o prestigio. Y tienden a tratar a los visitantes de una forma
un tanto expoliatoria, obligándote por ejemplo a renovar el visado
todos los meses para sacarte más dinero. Si en Europa se pidiese algo
equivalente a los inmigrantes, los arrasaríamos por completo. La idea es
que haya reciprocidad. El trato al extranjero es muy duro, he visto en
las comisarías de Tailandia a birmanos encadenados en muy malas
condiciones sanitarias, simplemente por haber entrado ilegalmente al
país.
—Narras también un viaje a Brasil, organizado por una pequeña agencia de viajes española, que consiste en tomar ayahuasca en una cabaña en medio de la selva durante una semana. ¿Lo recomendarías a nuestros lectores?
La ayahuasca es un fármaco del mayor interés. En primer lugar es sana, es increíble pero es como un purificador orgánico. La gente que toma Prozac o antidepresivos toman la mitad de la ayahuasca, la beta-carbolina. Si comes algo mientras tomas ayahuasca sufrirás una tremenda diarrea y vomitona, sin embargo al día siguiente te sientes nuevo y estimulado. Si además tomas una dosis suplementaria, tendrás un viaje. Ese viaje es como el de LSD y tiene todos los peligros para quien se lo tome trivialmente. El que va allá para aplacar el aburrimiento se encontrará con un genio como el de Aladino que le aplastará como a una colilla, porque su finalidad es incorrecta y merece ser castigada. Pero si no, tiene la ventaja respecto al ácido de que mientras un viaje con éste puede durar veinte horas, el de ayahuasca no dura más de dos. Sin embargo es igual de profundo, incluso más sentimental. Yo creo que deben estar convenientemente guiadas por personas competentes, capaces de decir “mira chico, yo a ti te veo neurótico, mejor no tomes esto” y al otro “te encuentro preparado, pero antes debes formarte un buen criterio y prepararte un cuadro de preguntas que te vas a hacer a ti mismo durante el viaje psíquico”. En esas condiciones puede que aproveche a nueve de cada diez personas.
—El contacto con la naturaleza juega una parte importante del proceso, ¿no?
Claro,
en este caso estábamos en un afluente del Amazonas, en el centro de una
naturaleza tan vivaz que durante la noche era de un estruendo
comparable a estar en plena Times Square, en Nueva York. Había que
ponerse tapones en los oídos para poder dormir. Yo estaba aterrorizado
porque acababa de separarme y pensé que viajar me iba a matar. Estaba
muriéndome orgánicamente pero además iba a morirme psíquicamente. Me
intenté resistir a tomarlo durante un par de días, pero al final me dije
“no seas cagueta” y me vino bien. No recomendaría tomar LSD más que en
condiciones muy restringidas, en cambio con la ayahuasca, al requerir
otras condiciones y por su propio rigor, los peligros se reducen.
—¿Y con estas drogas existen peligros para la salud mental, riesgo de acabar en un psiquiátrico?
Yo
no he conocido a nadie que no estuviera loco de antes de tomar estas
cosas. He sido muy amigo de Albert Hoffman, que me llamaba su hijo
espiritual, y me dijo que tampoco conoció a nadie que hubiese perdido la
salud mental con el uso de estas cosas. También me lo dijo Ernst
Jünger. Si sumas la experiencia de nosotros tres a lo mejor equivale a
la de varios miles de personas, no es una inducción completa, pero es
relativamente válida.
—Sueles hablar de las drogas como una vía de conocimiento. ¿Qué te han enseñado?, ¿es algo que puede ser descrito con palabras?
Aprendiendo de las drogas es como se titula uno de mis libros. Sucede una cosa graciosa con él. Se publicó originalmente en Mondadori como El libro de los venenos
–que me pareció una forma irónica de describirlo— y vendió en total
quinientos ejemplares. Una vez caducó el contrato con esa editorial,
Jorge Herralde de Anagrama sugirió cambiar el título y al llamarlo Aprendiendo de las drogas pasó a vender cien mil ejemplares.
—Creo que algo parecido debió pasar con su otro libro Realidad y substancia…
Algunas personas creyeron que ese tratado de metafísica, que es tan insufrible como los Elementos de Euclides –porque los tratados no están para entretener— era sobre drogas.
—Además en la portada aparece una piedra oscura que parecía de hachís.
¡Qué
va, es una roca de la luna! El caso es que es el único tratado de
metafísica que ha vendido dos ediciones. Porque Fenomenología del
espíritu, a mi juicio el libro más inteligente y profundo jamás escrito,
vendió quinientos ejemplares en los primeros cincuenta años de su
publicación. Pero nos habíamos quedado en qué es lo que puede aprenderse
de las drogas. A priori sería abusivo perfilar qué tienen las drogas de
enseñanza. Salvo un punto, el de la introspección. Es posible nos
ayuden a ver cosas del exterior, pero a mi juicio es absolutamente
evidente que las drogas —las de
paz, viaje o estimulación— siempre te van a decir algo sobre tus
abusos, tus puntos fuertes, y sobre todo sobre tus puntos débiles.
Siempre van a demostrarte quién eres, te van a decir “mira chico, no te
sigas mintiendo, a lo mejor eres un pelele”.
—¿Y para las relaciones personales?
A veces pueden ayudar, a veces estorbar. A priori es muy difícil decir nada.
—¿Qué opinas la prohibición de fumar en lugares públicos con la que comenzó el año?
Esto
es un ensayo del Estado Clínico, que decía Thomas Szasz. La nueva clase
política está comprometida con un proyecto de condicionamiento tipo
Gran Hermano, que podemos retrotraer a la ética utilitarista: Bentham,
Stuart Mill… que es placer del mayor número, que importan más los fines
que los medios. Son formas refinadas de autoritarismo. En este caso se
trata de ver hasta dónde se puede condicionar al personal. Por este
camino se puede llegar a imponer que las personas tomen ciertas drogas
para conducir mejor o llevarse mejor con la pareja… son seudópodos,
tentativas del nuevo Estado para ver hasta dónde puede crecer.
—Los partidarios de esa ley argumentan que no se trata de proteger a los fumadores de sí mismos, sino a los no-fumadores.
Ya,
esto es curioso. Siempre se habla de las víctimas, como cuando
Robespierre impone el Terror como atajo para la virtud pública: es para
defender al pueblo francés de los saboteadores y liberticidas. Cada vez
que se quiere mandar a una persona sin su consentimiento se busca la
idea de que hay un tercero victimizado o de que es por el bien del
propio obligado.
—El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, se ha mostrado partidario de la legalización de las drogas. Por otra parte, en California ha habido un referendo para legalizar la marihuana, y los resultados estuvieron bastante igualados. ¿Son hechos anecdóticos o hay un cambio de tendencia en el mundo?
En
el caso de California se perdió el referéndum, según dicen sus
promotores, porque al ser domingo la gente joven se quedó durmiendo en
casa. Si fuese así, qué triste, porque es precisamente la gente joven la
que hace de esto una bandera y una seña de identidad, un símbolo.
Porque igual que la heroína simboliza el malestar y la cocaína la
prosperidad, el cáñamo simboliza el ser progre… es una forma curiosa de proyectar nuestros valores sobre entes objetivos.
—¿Crees que esto cambiará en el futuro?
La
guerra contra las drogas se terminó hace unos quince años. Eso se nota
en la reducción del presupuesto de las diversas brigadas de
estupefacientes de diferentes países. Se ha impuesto de forma más o
menos explícita la política de reducción de daños en materia de drogas.
La cruzada contra las brujas no se acabó con un decreto diciendo “nos
hemos equivocado”, se acabó entre susurros. Y así es como se acabará la
cruzada contra las drogas, entre susurros. Nunca se ha conseguido que
una cruzada del tipo que fuere contra el librepensamiento, la
homosexualidad, la brujería o las drogas terminase explícitamente.
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