Cuando uno comienza a despertar la visión
ininteligible generada por la monotonía cotidiana, despacio, abre su mente mientras trata de enfocar el encuadre de una nueva realidad con un cuidado
extremado. Paulatinamente aprecia nuevos colores, se va despejando el panorama oculto por la
insolvencia de la comodidad y la cobardía, y se descubre que los días
pretéritos han desaparecido a una velocidad inconcebible, sin apenas haberlos podido aprovechar.
La sensación que aparece resulta espantosa,
delirante, aterradora.., aunque también consolida una imagen de la que el
perezoso y torpe intelecto huyó desde que el letargo del alma subjetiva empezó a construir el rincón donde madura el mal hábito hacia la desesperanza. Se trata de la visión siniestra de una sólida
nebulosa que adormece los sentidos, un estado que contiene atributos más relacionados
con la hibernación de la psique (o fuerza vital) que con cualquiera de
las ideas que permiten encontrar algo de realismo positivo en una mente despistada.
Buscar la verdad en un instante como este, es tan
comprometido que constituye un ejercicio de alto riesgo, especialmente si nos apoyamos con el báculo que utilizamos al andar indeterminados por un realismo desdibujado. Mientras nos incorporarnos para advertir la evidencia, caemos de bruces al suelo sin poderlo controlar. El firme es demasiado abrupto y topamos con todos los impedimentos pasados por alto debido a la falta de visión dispuesta por la lenta e inadvertida destrucción de nuestro propio ego. Aún, incluso, cuando la descripción de la realidad venga
servida en platel de argento por aquel que luce un dorado color de verano ideal, seremos incapaces de ver el camino preciso que nos conduce a una verdadera y auténtica finalidad existencial.
Estamos ahí ante ese instante en el cual uno debe afrontar un
contencioso con las incoherencias del pasado y desde donde necesita impulsar nuevas fuerzas con un encuadre hacia un panorama más colorido y funcional. Todo ello sin desestimar la profunda y cautelosa analítica de los
motivos que encauzaron esa desestructuración primaria y valorando, sobretodo, todos los efectos secundarios que deriven del posible desenlace final.
Decía Churchill, en una frase seguramente fuera de este contexto pero útil en la semántica actual, que "el éxito no es definitivo
y que el fracaso no es fatal, es el valor de continuar lo que cuenta para
avanzar". También Machado, el gran poeta, cuatro principios
claros nos dictó hace ya un tiempo atrás: "Lo contrario es
también frecuente. No basta mover
para renovar. No basta
renovar para mejorar. No hay nada que
sea absolutamente "empeorable".
Visto así, una simple oración perfecta puede
hacer desmoronar a un texto barrocamente elaborado, aquel que divaga con el concepto
sin puntualizar en la razón. Laconismo antes que demagogia, precisión,
elaboración, exactitud, claridad, concisión y conclusión.
Estamos hartos de oírlo, no hay más que simplificar la vida para no sentir complejidades al intentar determinar caminos acertados. La verdad absoluta siempre vendrá oculta completamente por la duplicidad.
Dale tiempo, amigo.., pero jamás dejes de pensar.
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Dale tiempo, amigo.., pero jamás dejes de pensar.
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