CITAS:
1. El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia; esto es la esencia de la humanidad. "William Shakespeare".
2. Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría. "Anatole France".
3. La indiferencia es el apoyo silencioso a favor de la injusticia. "Jorge González Moore".
4. ¡La fuerza de la indiferencia! es la que permitió a las piedras perdurar inmutables durante millones de años! "Cesare Pavese".
5. No escondamos en la fría indiferencia el sufrimiento innecesario de otros, incluso cuando lo causamos. "James Carrol".
... El absentismo de la razón, la dejación del espíritu crítico y la
afirmación de lo existente como lo único posible, ha provocado al final
el asentamiento de un mundo en el que la política ha dado paso a la
hegemonía del mercado, con la consiguiente mercantilización absoluta de
la sociedad y la disolución de la democracia en puro individualismo. "El
poder económico se ha hecho con la totalidad normativa del escenario".
Sin noción de bien común "la política se convierte en un bien de consumo
más". Y esta omnipresencia del consumo produce una insatisfacción
generalizada y la ruptura de todo vínculo social. Lo malo de todo ello
es que no se atisban puntos de resistencia. La indignación que siempre
había acompañado a la contemplación del abuso de poder y la injusticia
ha devenido hoy en pura indiferencia, en un totalitarismo de la indiferencia.
El
peligro de esta situación, no hace falta decirlo, es que las
sociedades, siempre necesitadas de un cemento que las cohesione, se han
arrojado en manos de las identidades como fuente de integración y de
sentido. La ciudadanía renuncia ahora a ser el elemento activo y se
refugia detrás del calorcillo de sus vínculos étnicos, religiosos y
culturales. La aspiración kantiana de que cada cual sea capaz de pensar y
decidir por sí mismo sólo es posible en un espacio público donde la
libertad de palabra y pensamiento no encuentran más límites que la
necesaria aceptación de los argumentos del otro. Esto es, precisamente,
lo que nos subvierte la creciente multiculturalización de la sociedad,
que renuncia a presentarnos como iguales en nombre de nuestra esencial
diferencia cultural y nos restringe -por respeto a lo diferente y para
no herir sensibilidades u "ofender"- la posibilidad de pronunciarnos
críticamente sobre la patria o la religión. Estos discursos
identitarios, que se auto-ubican más allá de la posibilidad de toda
crítica, tendrían así la consecuencia de coartar la libertad de
expresión -véase el caso de las caricaturas de Mahoma- y de crear
territorios blindados frente a la razón.
El problema de la multiculturalidad y de lo identitario puede leerse
también en otra clave. Si en vez de nuestra común humanidad recurrimos a
la adscripción nacional y religiosa como la pertenencia primordial y la
verdadera fuente del sentido, el problema de la exclusión y de la
demonización del otro se convierte en una amenaza siempre presente. Es
lo que está ocurriendo en las sociedades occidentales con la
generalización del miedo y la creciente demanda de seguridad. Su
perversión más absoluta la encontraría en la tesis del Choque de
Civilizaciones y la reacción estadounidense después del 11-S, que
generaría esa curiosa dialéctica ideológica de neoliberalismo y
neoconservadurismo tan propia del discurso de la Administración Bush.
Pero está también presente en el temor europeo hacia la inmigración e
incluso en el "multiculturalismo piadoso" que late en el
bienintencionado proyecto de la Alianza de Civilizaciones. A la postre,
ésta seguiría presa -eso sí, en "positivo"- del mismo síndrome: la
hipostatización de la pertenencia cultural.
Como puede apreciarse, Ramoneda se nos desvela al final como un pensador inquieto que gusta meterse en los intersticios oscuros de la sociedad y cultura contemporáneas para reivindicar un lugar para la acción, la política y la libertad. Son los ideales de la Ilustración, que el autor sigue reclamando como único punto de referencia para oponerse a la omnipresencia del poder del dinero, de la exuberancia identitaria y de una democracia en crisis. La denuncia y el pensamiento crítico como arma contra la indiferencia y la resignación".
Como puede apreciarse, Ramoneda se nos desvela al final como un pensador inquieto que gusta meterse en los intersticios oscuros de la sociedad y cultura contemporáneas para reivindicar un lugar para la acción, la política y la libertad. Son los ideales de la Ilustración, que el autor sigue reclamando como único punto de referencia para oponerse a la omnipresencia del poder del dinero, de la exuberancia identitaria y de una democracia en crisis. La denuncia y el pensamiento crítico como arma contra la indiferencia y la resignación".