Dos mil dieciocho..
Nuevos tiempos para nuestra extrovertida cocina nacional.
Adrià, Berasategui, Ruscalleda, Muñoz, Arzak..
Ellos bien saben que el contenido de la marmita alimentaria no se encuentra aún del todo hervido, sigue a la fuerza cociendo lentamente. Los hay quienes persisten en mantener su cocción con el pretexto de preparar aquel guiso que, finalmente, nos hará llorar a todos.
Ellos no ignoran que todavía queda suficiente agua en el puchero y que, a fuego muy lento, se debe evaporar sin levantar la tapa, sin precipitar líquido hervido sobre la encimera.
No obstante, el nuevo fogón que han implantado por la fuerza en la cocina es de ciento cincuenta y cinco intensas llamas que mantienen la combustión manteniendo el puchero al rojo vivo, ayudando al hipotético propósito que se pronostica con drenar el jugo hasta deshidratar por completo su contenido y generar un descolorido plato de aspecto insípido, casi insalubre y sin posibilidad, de alimentar a nadie que merezca sentarse a la mesa.
Desde los palcos del público que observa y opina sobre el proceso, los omnipotentes jueces sueltan el jugo de la grasa que han estado acumulando desde antaño. Ellos constituyen los recios otorgantes de una justicia un tanto especial al plato. Muy de cerca, la mayoría de los políticos sazonan con esmero el guiso pero, por su carencia de substancia base, lo hacen con aportaciones desnaturalizadas de origen engañoso, con el solo fin de estar cerca de la cocina para beneficiarse y así, individualmente, poder prosperar sin demasiado ahínco y alcanzar un nivel nuevo y consistente donde podrán determinar nuevas tendencias culinarias sin tenerse que esforzar.
El periodista, desde los pasillos y tras las esquinas, aporta a la receta el miedo del chismoso, tergiversa cortando los ingredientes frescos con un romo cuchillo, des-texturizando cualquier posibilidad de enriquecer ese alimento de una forma natural. Los economistas, abogados, banqueros, gestores y escribanos variados, urden angostos planes para proveer sus propias arcas de alimento en sobra y alargar, de esta forma, su prosperidad metiendo sus hediondas manos en este guiso singular.
Y, finalmente, el orgulloso chef reconocido intenta gobernar su cocina siempre recio y con esmero, aunque sin saberlo, ni preocuparse demasiado, entra en juego su ignorante pinche que estropea todos sus esfuerzos y arruina, sin poder ser evitado, todo el guisado nacional.
Los platos ya se están sirviendo a medida que el dramático fogón del desespero mantiene sobre-hirviendo nuestro alimento. Entretanto, nosotros los comensales de la supervivencia, adaptamos nuestro paladar y nuestro organismo a esta alimentación nociva aportada por la nueva cocina gubernamental. Al mismo tiempo, las nuevas generaciones van creciendo desprovistas del conocimiento sobre aquel placer que aportaba el mordisquear un buen tomate fresco, una buena ensalada o una manzana natural.
Ahora, aditivos manufacturados, reguladores de laboratorios de acero inoxidable y sazonantes obtenidos por ingenieros del irracional, son vertidos en el guiso para poder decir que la comida es asequible para todos y que está servida ya.
¿Cuánto deberemos esforzarnos para volver a alimentar nuestra decayente existencia con un contenido sano y natural?
Ese tiempo que transcurra constituirá nuestra adaptación orgánica hacia una alimentación más plástica y desnaturalizada que recortará la longevidad de nuestras vidas y la calidad con la que apreciamos mutuamente a todos los demás..
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario