A lo largo de estos meses de efervescente interacción comunicativa, casi siempre unidireccional, cabría reconocer desde este humilde rincón editorial, parece que con el tiempo se ha consolidado aquí un formato de lenguaje que pretende algo tan simple como estimular el interés del lector sobre algún tema en particular.
Jamás ha sido un objetivo la voluntad esculpir un criterio ajeno bajo una visión propia o singular. Somos más que conscientes que la pretenciosidad de perseguir un propósito tal requeriría un más riguroso nivel de erudición y de muchas más horas frente al teclado, todavía escasos por el momento en ambos casos.
En términos generales, el
ser humano diseña, construye y usa aquellos mecanismos que mejoran de alguna manera ciertos aspectos de
su existencia. La razón es más que justificable si consideramos el
principio que determina la herramienta como un valor positivo ante tanta indisposición
colectiva frente al tsunami de negatividad de nuestros tiempos, donde hay una multiplicidad de canales comunicativos para la emisión de opiniones prácticamente al alcance de cualquiera, con o sin el criterio necesario para hacerlo.
Sin embargo, durante estos días de tal ebullición inter-comunicativa global, mecanismos pretendidos a priori como grandes altavoces virtuales, tales como facebook, twitter, whatsup y demás, pueden y abren pequeñas brechas
negativas dentro del diálogo social. El caos mental del individuo poco comprensivo con los cambios está siendo servido en bandeja de plata. La velocidad de adaptación a lo que es real o ficticio supera con creces el ritmo anterior. Además, aquella sensación que durante años pretéritos convenía a la televisión como una herramienta para corroborar la absoluta verdad indiscutible, ahora ha sido volcada sobre el Sr. Google y su plataforma de realidad, gracias a la infinidad de grandes clientes y de una cartera abismal, siempre de contacto inmediato en cualquier lugar, situación y espacio temporal.
Tanto los "me
gusta" de facebook, como las respuestas en un determinado momento a
mensajes de grupos o individuales de whatsup, pueden aportarnos claramente los
ingredientes de-constructivos para ampliar la esencia del arte que supone el
quererse comunicar. Así pues, la comunicación desarrolla un crecimiento significativo en el que caben nuevas
emisiones desconocidas y mensajes que codificamos mediante innovadoras
adaptaciones de la psicología más fundamental.
Así hoy estimulamos el complejo acto comunicativo y se conduce hacia nuevos parámetros desconocidos hasta la fecha actual. Sabido es que se han desarrollado experimentos cerebrales entre humanos de todo tipo en este campo, se habla hace ya tiempo de implantes cerebrales para poder acceder a internet de forma autónoma y sensorial. Podríamos consultarle al Sr. Justin Rattner, CEO y jefe de Intel Labs, aunque seguro que no nos narraría de ese cuento de hadas en el que trabaja, ni siquiera una mísera mitad.
Sólo nos quedará imaginarnos pronto en una conversación, por ejemplo a cuatro bandas, sentado sobre la taza del báter, moviendo y editando figuras y textos hologramizados que flotan en el aire de la pestilente habitación, sintetizando los diagramas con los que pretenderemos completar el círculo perfecto al comunicar, olvidando por completo lo que hacíamos físicamente en ese habitáculo para empezar.
Quizá sólo sea una fórmula pasajera que nos demostrará que andar como zombies por la calle mirando a una pantalla de cinco pulgadas es una completa y absoluta irracionalidad.
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