recogida de una actualidad con el ánimo de archivo y la opinión personal

lunes, 14 de mayo de 2018

Por un mundo erróneo y Sun Tzu





".. Mentir es querer engañar al otro, y a veces aún diciendo la verdad. Se puede decir lo falso sin  mentir, pero también se puede decir la verdad con la intención de engañar, es decir mintiendo.
Pero no se miente si se cree en lo que se dice, aún cuando sea falso..". 

Jacques Derrida (extracto de Conferencia dictada en Buenos Aires en 1995, enlace pdf ).



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Según describen los diccionarios de la lengua, mentir es decir o manifestar lo contrario de lo que se cree o piensa, induciendo al error, fingiendo, aparentando, etc..  Muchos filósofos han conjugado la aplicación de este concepto sobre sus sociedades mediante una analítica de la realidad 
a lo largo de la historia. Véase San Agustín, Platón, Nietzsche o el propio Derrida, arriba referenciado, por ejemplo.

La cuestión es que el desarrollo en la capacidad de "tergiversar la realidad" para la obtención de un beneficio, ya sea propio o colectivo, ha constituido un imperativo en la ciencia del comportamiento que bien podría estar basada en el actual sistema capitalista más tradicional.  Manipular creencias generalizadas es un concepto que ha formado parte de las prácticas más ancestrales de nuestra especie, y no sólo en el campo de la economía.  


Todos sabemos que no es necesario ser un destacado erudito para entender ciertos aspectos que se han descrito a lo largo de nuestra historia y que mantienen ese postulado, de beneficiar mediante la mentira, como el objetivo de alguna corriente de pensamiento determinada.  El catolicismo es un claro y cercano ejemplo de ello, pero también, a escasos metros de nuestras fronteras, el hinduismo, el budismo, islamismo, judaismo o protestantismo, por ejemplo, constituyen un patrón de las razones que nos conducen a la mentira o a la deformación de nuestra realidad por un fin justificado. 

La mejora o el beneficio en la cohesión de los esfuerzos de una determinada sociedad dieron lugar a unas fórmulas doctrinales que remarcaron, desde los inicios de su gestación, el establecimiento de unas ciertas reglas que supusieran un claro provecho colectivo.  Lo que nos quedaría por determinar es cuánta parte de esa voluntad colectivista forma parte de la ecuación de la falsedad negativa.  En otras palabras, nos interesaría poder establecer en qué punto una mentira piadosa se convierte en un burdo engaño para pasar de un beneficio generalizado para todos a uno enteramente particular e individual.

No obstante, debemos admitir que conducir cualquier vehículo hacia ese destino se plantea como ardua tarea, pues el sendero no está pavimentado con un firme adecuado y con una señalización acorde a la imprescindible seguridad.  Lo que sí resulta obvio y llano, es que el fraude es una construcción humana que obligatoriamente, hoy, debemos volver a calibrar.  ¿Quién sabe si "futuro" es ahora un término aplicable al espacio y no al tiempo?  Lo cierto es que podría concluir mintiendo y confirmar que la calumnia se ha convertido más en un "arte" que en una simple doctrina del mal. 

Podría ser que esta idea de evolución positiva haya errado su camino con el súper-desarrollo de la mentira como fuerza del bien, pues el resultado es indiscutiblemente oscuro en los tiempos actuales de políticas impostoras globales que sólo buscan el beneficio de un porcentaje particular. 

P
or tanto, ¿es posible que el hecho de iniciar el enfoque hacia un bien colectivo se haya pervertido en su cota máxima y el proceso sea revertido para que la sociedad manifieste una tendencia a volver hacia atrás?  Si es así, animamos a cualquier lector ávido de conocimiento a entrenar sus dotes de combate y tantear buen consejo y sabiduría en "El arte de la guerra" de Sun Tzu, donde la mentira constituye la estructura principal en el objetivo de someter al enemigo sin tener apenas que luchar.

Sólo de esta manera, preparándonos para lo que parece que se nos viene encima, estaremos a la altura y listos para defendernos de cualquier embaucador que se cruce en nuestro camino con intenciones de robarnos nuestro orgullo, nuestra honra o nuestro pundonor e 
integridad..

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martes, 1 de mayo de 2018

2018 y El caldero nacional




Dos mil dieciocho..

Nuevos tiempos para nuestra extrovertida cocina nacional.

Adrià, Berasategui, Ruscalleda, Muñoz, Arzak..

Ellos bien saben que el contenido de la marmita alimentaria no se encuentra aún del todo hervido, sigue a la fuerza cociendo lentamente.  Los hay quienes persisten en mantener su cocción con el pretexto de preparar aquel guiso que, finalmente, nos hará llorar a todos.

Ellos no ignoran que todavía queda suficiente agua en el puchero y que, a fuego muy lento, se debe evaporar sin levantar la tapa, sin precipitar líquido hervido sobre la encimera.

No obstante, el nuevo fogón que han implantado por la fuerza en la cocina es de ciento cincuenta y cinco intensas llamas que mantienen la combustión manteniendo el puchero al rojo vivo, ayudando al hipotético propósito que se pronostica con drenar el jugo hasta deshidratar por completo su contenido y generar un descolorido plato de aspecto insípido, casi insalubre y sin posibilidad, de alimentar a nadie que merezca sentarse a la mesa.

Desde los palcos del público que observa y opina sobre el proceso, los omnipotentes jueces sueltan el jugo de la grasa que han estado acumulando desde antaño. Ellos constituyen los recios otorgantes de una justicia un tanto especial al plato.  Muy de cerca, la mayoría de los políticos sazonan con esmero el guiso pero, por su carencia de substancia base, lo hacen con aportaciones desnaturalizadas de origen engañoso, con el solo fin de estar cerca de la cocina para beneficiarse y así, individualmente, poder prosperar sin demasiado ahínco y alcanzar un nivel nuevo y consistente donde podrán determinar nuevas tendencias culinarias sin tenerse que esforzar.

El periodista, desde los pasillos y tras las esquinas, aporta a la receta el miedo del chismoso, tergiversa cortando los ingredientes frescos con un romo cuchillo, des-texturizando cualquier posibilidad de enriquecer ese alimento de una forma natural.  Los economistas, abogados, banqueros, gestores y escribanos variados, urden angostos planes para proveer sus propias arcas de alimento en sobra y alargar, de esta forma, su prosperidad metiendo sus hediondas manos en este guiso singular.
Y, finalmente, el orgulloso chef reconocido intenta gobernar su cocina siempre recio y con esmero, aunque sin saberlo, ni preocuparse demasiado, entra en juego su ignorante pinche que estropea todos sus esfuerzos y arruina, sin poder ser evitado, todo el guisado nacional.

Los platos ya se están sirviendo a medida que el dramático fogón del desespero mantiene sobre-hirviendo nuestro alimento.  Entretanto, nosotros los comensales de la supervivencia, adaptamos nuestro paladar y nuestro organismo a esta alimentación nociva aportada por la nueva cocina gubernamental.  Al mismo tiempo, las nuevas generaciones van creciendo desprovistas del conocimiento sobre aquel placer que aportaba el mordisquear un buen tomate fresco, una buena ensalada o una manzana natural.

Ahora, aditivos manufacturados, reguladores de laboratorios de acero inoxidable y sazonantes  obtenidos por ingenieros del irracional, son vertidos en el guiso para poder decir que la comida es asequible para todos y que está servida ya.

¿Cuánto deberemos esforzarnos para volver a alimentar nuestra decayente existencia con un contenido sano y natural?

Ese tiempo que transcurra constituirá nuestra adaptación orgánica hacia una alimentación más plástica y desnaturalizada que recortará la longevidad de nuestras vidas y la calidad con la que apreciamos mutuamente a todos los demás..

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