recogida de una actualidad con el ánimo de archivo y la opinión personal

martes, 19 de mayo de 2015

"Cada sociedad tiene los políticos que merece" y la bicicleta de Harrow on the Hill







Tal y como se indica en la frase "..se puede decir más alto pero no más claro", convenimos que las eruditas palabras de nuestro ilustre invitado el Dr. Miguel Seguró, a través de Substratagema, bien merecen un alto grado de atención. 





De vez en cuando, sólo si la situación invita a hacerlo, suelo contar una anécdota que viví personalmente en Harrow-on-the-Hill, Londres en el año 1992.  Esta ocasión bien lo merece.  

Cierto día en los inicios de mi vida como humilde estudiante, después de haber estado observándola día tras día durante un par de semanas, me decidí a tomar en propiedad una vieja bicicleta que yacía abandonada en la cuneta delante del portal de la casa donde vivía.  Mis fondos eran escasos y su uso me era de gran provecho para desplazarme del Sant Ann's Shopping Center, donde trabajaba part-time, a casa y de allí hacia la escuela nocturna.  La arreglé ligeramente y la usé como propia durante un tiempo hasta que un buen día, al cabo de los meses, una corpulenta señora local vociferó a mi costado señalándome con el dedo: "thieeeef..!!". 

El jaleo que se armó fue desmesurado y, obviamente, acudió rápidamente la policía.  Fue allí y entonces cuando aprendí a diferenciar lo que es correcto de lo incorrecto en un tema ético tan singular.  

Con mucha buena voluntad y las largas explicaciones que un joven español, recién entrado en la Comunidad Europea, podía esbozar en una lengua ajena, salí airoso de la situación sin tener que pagar pena alguna.  La que resultó una ser una amabilísima señora, no presentó cargos sobre el supuesto robo de su bicicleta y la policía tan solo adoctrinó mi ingenua mente, desprovista del concepto que aquí analizamos, con una simple advertencia sobre el rigor de la propiedad ajena.






Cierto es que la corrupción es el síntoma de una grave enfermedad social, llega a uno por vías directas y siempre necesita de un nivel apropiado de educación que englobe la ética y unos principios sin los cuales no puede existir una civilización como tal.  Sin ellos, sin esos imprescindibles fundamentos, vagamos todos a la deriva sobre un plasma social que, repleto de gérmenes como la envidia, las aspiraciones y la codicia, infectan al pobre e inexperto imbécil que bebe para saciar su sed de prosperidad y, en poco tiempo, lo convierten en un sádico ansioso de amasar todavía aun más.

La expresión "hagan juego.." desde entonces quedó totalmente excluida de mi diccionario sobre la moral, pues sólo vierte dentro del concepto de la existencia, el carácter propio de un ser púramente irracional.  

Ni siquiera recuerdo el nombre de aquella comprensible y vetusta dama, pero esa anécdota me preparó con seguridad para el futuro, con el rigor de aquellas situaciones en las que se encoge el estómago como un pañuelo, en el sencillo concepto que bien me ha aleccionado para andar consintiendo que la ética fuera parte de mi humilde racional.




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