"Recientemente escuchaba a un viejo conocido como Ernesto
Cardenal responder a un periodista al preguntarle este al poeta sobre
como veía nuestro país que "España es España, es consecuencia de su
historia, su cultura, España es España". Una gran verdad: la sociedad
española de hoy no es más que una consecuencia de nuestra propia
historia.
Una historia en la que nuestro país no se asomó, salvo esos pequeños episodios de la Constitución de 1812 y de la segunda República, al progreso, a las ideas de cambio que unidas a los deseos de conquista de la libertad, la igualdad y la justicia social sirvieron para que Europa alcanzase un desarrollo cultural, económico, político y social que nuestro país no fue capaz de disfrutar. Fue condenada España al retraso y a la sentencia condenatoria de la perpetua sotana soberana, esa que acompañada del poder del latifundio sirvió para construir un país en donde eliminadas las personas de progreso se dio paso al blanco y negro de la España cateta del perjuicio, la picaresca y la chapuza. Elementos estos que aún siguen estando presentes en un país, el nuestro, donde la mediocridad se prima más que la capacidad y donde la rendición de cuentas brilla por su ausencia en todos los niveles, desde el político hasta el económico. Hoy se impone el liderazgo de los mediocres, capaces de escalar a copas de bienestar personal por populismo altanero y vasallajes del medievo, por pleitesías y silencios ante quien encarna el poder, el cacique que en el siglo XXI sigue estando presente. No vivimos sólo un tiempo de crisis económica, sino también de crisis de capacidad y de credibilidad.
Una historia en la que nuestro país no se asomó, salvo esos pequeños episodios de la Constitución de 1812 y de la segunda República, al progreso, a las ideas de cambio que unidas a los deseos de conquista de la libertad, la igualdad y la justicia social sirvieron para que Europa alcanzase un desarrollo cultural, económico, político y social que nuestro país no fue capaz de disfrutar. Fue condenada España al retraso y a la sentencia condenatoria de la perpetua sotana soberana, esa que acompañada del poder del latifundio sirvió para construir un país en donde eliminadas las personas de progreso se dio paso al blanco y negro de la España cateta del perjuicio, la picaresca y la chapuza. Elementos estos que aún siguen estando presentes en un país, el nuestro, donde la mediocridad se prima más que la capacidad y donde la rendición de cuentas brilla por su ausencia en todos los niveles, desde el político hasta el económico. Hoy se impone el liderazgo de los mediocres, capaces de escalar a copas de bienestar personal por populismo altanero y vasallajes del medievo, por pleitesías y silencios ante quien encarna el poder, el cacique que en el siglo XXI sigue estando presente. No vivimos sólo un tiempo de crisis económica, sino también de crisis de capacidad y de credibilidad.
Episodios como los de la colocación de los señores Urdangarin o Rato en
Telefónica por arte de magia alejados ambos de rendir cuentas con la
Justicia por sus actuaciones el primero en el Caso Nóos y el segundo en
su gestión de Bankia sólo vienen a demostrar una realidad que no es otra
que España no funciona, y cuando lo hace es sólo para castigar al
débil. España sólo podrá progresar si ponemos en valor de la capacidad y
el mérito frente a la mediocridad, la apuesta por la educación frente
al recorte, la defensa del empleo y la inversión pública frente al
control del gasto, la generación de empleo de calidad para los jóvenes
frente a su condena a la emigración. Es tiempo de pasar de la
indignación a la acción".
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Fundamental es, hoy en día, pensar en ir avanzando por la vida en positivo y con creatividad para conseguir un desarrollo que mejorará la actitud para resolver nuestras aptitudes para progresar y, por consiguiente, mejorar el ahora castigado sistema de bien estar común, aunque no sea mediante el acto de cebar desmesuradamente las arcas de nuestras cuentas bancarias.
El quehacer diario es el que nos va a propiciar la mejora que todos anhelamos para dejar de escuchar de una vez las quejas repetitivas de todos los que montamos y escribimos espacios como este. Más aun seria destacar a quienes han generado una voluntad de seguir las huellas de anteriores capacitados esperanzados de una mejoría en la sociedad con respecto al pasado, para otorgarles una merecida recompensa.
Lo cierto es que si hoy nadie entiende que la sociedad ha prosperado lo suyo, apaga y vámonos.
Hoy es un tiempo en que muchos hemos tenido acceso a estudios medios y superiores. Casi todos hemos podido capacitarnos del suficiente intelecto para poder atisbar allí fuera que lo que se está gestando no es la perfección pero sí un exigente intento. Aunque uno no estudiara en sus días de juventud, el sistema nos propiciaba la opción de trabajar jornadas de ocho horas dejándonos el resto del tiempo para poder discernir entre lo que nos interesa y lo que no en la vida para avanzar en positivo. Aun recuerdo a mi abuelo cuando me contaba de sus vivencias que andaba catorce kilómetros para llegar al trabajo, sin siquiera poder ahorrar el suficiente dinero como para poder acceder a la compra de una simple bicicleta y no tener que andar más. Además ¡contaba tan solo con quince años!
El devenir de la realidad se nos muestra abrupto por la incesante inquietud de informar sobre quien hace qué, especialmente si ello constituye una brecha en la legalidad de nuestro contundente sistema imperfecto. Como si tuvieramos un botón de alarma social al alcance de nuestros dedos.. (precisamente lo que ofrecen el teclado del ordenador y una simple conexión a internet). No obstante, a pesar de esta brillante necesidad de mejorarlo todo en el presente con impetuosa celeridad, deberíamos echar un vistazo hacia el pasado para advertir que no estamos siguiendo para nada los pasos perdidos de las generaciones precedentes. Ahora, el paso es firme y el camino el correcto.
La cuestión será determinar si las huellas que estamos dejando en este instante servirán para las futuras generaciones como indicativos en la dirección adecuada.
Somos grandes. Nuestra fortaleza cognitiva nos encara hacia el respeto en todas direcciones. Mas no queramos correr antes que andar, puede resultar peligroso..
Saludos
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