Artículo de Ralf Dahrendorf , antiguo decano del St. Antony's College de Oxford.
"Cualquiera que en 1995 se disponga a
defender a los políticos en Europa (o en Estados Unidos, da lo mismo), o
bien tiene algún interés particular o es un temerario. Yo no tengo
ningún interés personal. Mi propia carrera política ha quedado muy
atrás, y un miembro de la civilizada y suave Cámara de los Lores
difícilmente puede ser calificado de político. ¿Soy, pues, un temerario?
Porque me parece que los políticos están recibiendo estos días una
indebida mala prensa y merecen unas palabras en su defensa. Ésta, por
supuesto, debe empezar por una o dos admisiones de culpabilidad. Muchos
partidos políticos y sus principales exponentes llevan ya mucho tiempo
en el poder, demasiado bajo cualquier criterio. Resulta despiadado decir
esto del presidente Mitterrand al término de sus 14 años de mandato -y
posiblemente de su vida-, pero, no obstante, es cierto. Los socialistas
españoles con Felipe González, los conservadores británicos con Margaret
Thatcher y John Major, los demócrata-cristianos alemanes, así como los
liberales, con Helmut Kohl y Hans-Dietrich Genscher y Klaus Kinkel: no
hay escasez de ejemplos. El poder, como señaló lord Acton, corrompe, y,
nuevamente, los ejemplos son numerosos. ¿Pero de quién es la culpa de
que los dirigentes europeos hayan permanecido tanto tiempo en el poder?
¿Por qué no los retiró el electorado y los reemplazó tal como es posible
hacer en todos los países democráticos?..
Queda un problema. Mientras atravesamos
el valle de la antipolítica, algunos pueden verse tentados a abrazar los
programas antidemocráticos que están en oferta. "La política" puede
llegar a ser identificada, de nuevo, con "política democrática", y la
respuesta a las dudas de la gente con "autoridad" y, pronto, con
autoritarismo. Hay que esperar y desear que los que son tan críticos con
la vieja -y democrática- clase política no abandonen su escepticismo, y
su oposición, cuando surjan los demagogos e intenten llevamos a todos a
un nuevo abismo de intolerancia".
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Manifestante en la plaza de Taksim de Estambul, el 22 de junio. / OZAN KOSE (AFP)
Cualquiera de los caminos que uno tome para iniciar su periplo hacia la comprensión de la política se presenta, por lo menos en la etapa inicial, de una forma muy abrupta y con un trazado angosto y explícitamente sinuoso.
Cuando hoy nos planteamos la razón que mantiene a un ser humano dedicado a la noble ocupación de velar por los demás, irremediablemente percibimos el contexto descriptivo saturado con menosprecio y demostrado egoísmo individual.
Las circunstancias sociales del momento magnifican la masiva retención de los derechos humanos esenciales dominados por alambres de espino que surgen del poder y que son manipulados por políticos prestidigitadores y no por los sinceros titiriteros que entretienen por igual sin tener que zambullirse en la mentira irracional.
La sociedad contemporánea está disipando sus incentivos con los que valorar la figura del ente gobernante debido a la vasta ejemplaridad negativa que en el planeta, sin ninguna contracepción, desarrolla esta estirpe de figuras que manejan nuestras vidas y poséen garantías de emancipar su propio futuro sobrepasando por encima las lineas medianeras de la sociedad. Sin lugar a dudas el dirigente versa su camino concentrado en concluir su mandato con el saco lleno de habas mágicas para alimentarse a él mismo y a todos los suyos, durante su proyectado frondoso y plácido retiro.
Deberemos entender, por tanto, que el desencadenante que propicia la metamorfosis del ser humano que entra en la politica debe legitimarse a través de ciertos filtros que no existen en la actualidad. Aquellos que procuren todas las garantías materiales del personaje asegurando que nunca el camino de la coherencia éste va a destrazar. Abandonando actuales falsos juramentos para responsabilizarse y contratarse legalmente en el marco de la jurisprudencia y la racionalidad.
Como bien expresa el amigo Fackel:
"..El cuerpo de los hombres debe ascender como una serpiente de sabiduría, nunca arrastrarse como el ofidio de la maldad".