Gerardo Pisarello y Jaume Asens:
La “mayoría silenciosa” se ha
convertido en una categoría central de la política española actual. En manos
del Gobierno, es el arma arrojadiza contra cualquier movilización que cuestione
sus políticas. Los que protestan –contra los recortes, contra las privatizaciones,
exigiendo mayor democracia– son siempre una minoría. Ruidosa, extremista,
invariablemente manipulada. La “mayoría silenciosa”, en cambio, sería la
expresión ontológica de una sociedad civilizada. La que se queda en casa, la
que soporta estoicamente los ajustes y las exhibiciones de impunidad de los que
mandan.
El problema se produce cuando las
minorías ruidosas comienzan a crecer. O cuando amenazan con votar como no
deberían. En esos casos, la “mayoría silenciosa”, o mejor, “silenciada”, ya no
es un concepto descriptivo. Es algo que conviene crear. Aparatosamente, a
través de una mayor represión directa. O de manera sutil, a través de medidas
que neutralicen o desgasten a quienes se resisten a entrar en razón y que
dificulten el control judicial..
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Nuestra corta existencia
demuestra que las intenciones de aplastar la inteligencia evolutiva
del ser humano carecen de principios consistentes y, a través de su forzada implantación
endémica, invariablemente genera graves consecuencias para el agente
provocador. Observemos, para percibir ese efecto, lo sucedido en el
contexto eclesiástico de nuestro entorno actual. Hoy necesitan incordiar
a través de mecanismos publicitarios y procesos de dudosa legalidad para
obtener los ingresos necesarios para mantener todos sus patrimonios y a la
mayoría de sus miembros y niveles de vida en un índice de mínima flotabilidad.
Cierto es, estimados
redactores de tan interesante y certero artículo, que hay una mayoría que
enmudece por no saber gritar con la amplificación requerida.
Aunque sus miembros ligeramente esfuercen
sus cándidas vocecillas comunicándose de forma individualizada o semi-colectiva
en sus encuentros casuales con otros miembros de su civilizada sociedad, todos
se comunican sin gritar, sin ampliar sus canales, sin integrar sus mensajes en
los contextos necesarios para que se geste una sola voz con la longitud de onda
necesaria para que algo ocurra, esto acabe y se deje de hacer el subnormal.
Esa desdichada mayoría "acallada" que no "silenciosa",
prefiere mantener un perfil bajo y encarar su falseada cordialidad para con el
prójimo sin sacar a la luz que su realidad quizá sea otra bien distinta a la
que se maneja en sus conversaciones de sociedad. Esa propia realidad
que sólo conocen los que albergan el verdadero poder del saber de
nuestra vandalizada comunidad.
Huelga decir que a pesar de todo
esto y con referencia al acerado hilo que con aguja cose los labios de una minoría (dentro de la acallada mayoría), la que intenta practicar hoy el inútil gesto de vociferar, esa seda trenzada pronto
se dejará de fabricar. Algunos de los
tejedores civilizados ya han percibido que con su dedicada labor ha estado
alimentando una epidemia social del máximo calibre, esa que actualmente ha sido bautizada
por nuestro impasivo y renqueante gobierno como la "mayoría silenciosa". Ese gran cúmulo de individuos que soporta sin complejos y no reacciona
por no molestar(se). Aquellos desdichados que merecen no ser descansados de su pesada pena, según las propias voces del poder gubernamental.
A causa de ello, acogiéndonos a uno de los significados etimológicos del vocablo "simpatía", la brutalidad del imbecilismo social se percibe pronto en el ocaso. Aunque permanezca el imbecilismo, su brutalidad impositiva acabará por zozobrar. Sus destructivos efectos ya han afectado por entero a toda nuestra sociedad, dentro y fuera de las murallas del poder nacional. Sólo han esquivado sus secuelas aquellos que dedican desde jóvenes sus esfuerzos a usurpar concientemente aquello que no le corresponde, dado que son imperativos y doctos en el arte de la picardía y adquieren pronto el conocimiento de qué deben hacer para triunfar, obviamente, siempre descaradamente a costa de los lerdos que se plantean tener una vida repetitiva y para nada singular.
C'est la vie..
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