Esta es la transcripción de un discurso, el referenciado en youtube en el post anterior, de hace más de diez años que, conservando toda vigencia y
sobre el eje de la resignación humana, denuncia el sistema social que
nos hace cómplices activos de nuestra propia degradación como
individuos. Contiene además un análisis de los mecanismos que a través
de los medios de (des)información, la cultura, el trabajo y otros
modelantes de las relaciones humanas, impiden que nos rebelemos ante lo
que deberíamos considerar una situación inadmisible.
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Hubo un hombre llamado Galileo Galilei, dedicado al estudio, a horas
encerrado viendo astros, sacando las conclusiones de su observación, que
descubrió que la Tierra no estaba en el centro del Universo, que se
movía, y por tanto, era el Sol el que ocupaba el centro y entorno al
cual los planetas, y entre ellos la Tierra, giraban. Aquel
descubrimiento se enfrentó a la verdad institucionalizada, del Vaticano,
la Iglesia, las creencias populares del momento, y la insistencia en el
mantenimiento de lo que él había descubierto, le costó ir a juicio.
Y frente al acusado, cómo podía pensar él que se había equivocado
Aristóteles, como podía pensar él que las Sagradas Escrituras mentían.
Cómo podía atreverse él, un ingenuo sabio, a pensar que había
descubierto algo que fuese en contra de lo que el magisterio de la Santa
Madre Iglesia venía diciendo hacía siglos. Y sobre todo, es que acaso
el pueblo no aclamaba contra aquel que se atrevía a poner en duda la
centralidad del planeta Tierra… Las presiones son tremendas, tiene casi
que abjurar. Pero en un momento, en la rebeldía última, y musitando casi
con una sonrisa, a lo Saramago, suave pero firme, dice en el italiano
natal: E pur se move… (y sin embargo se mueve). Porque los
cálculos matemáticos, porque las observaciones, porque el ejercicio de
la razón, porque lo que sus ojos estaban viendo noche tras noche, le
estaban demostrando que era la Tierra la que se movía.
Pues bien, estamos hoy en la España de 1999, en la Europa de 1999 y
en el mundo, en un momento en el que en otras ocasiones de la historia,
las sociedades han tenido que escoger un camino u otro. O seguir en la
resignación o plantar cara. La resignación es un producto que, como
cualquier droga, duerme a la gente, duerme su conciencia. La resignación
es como la morfina, la cocaína o la heroína. La resignación es producto
de muchas causas. Yo voy a enumerar unas cuantas. La resignación es
hija de ese discurso totalizador, cual si fuese una nueva religión. No
hay más verdad que la competitividad, no hay más santos ni más poderes
que los mercados, la economía tiene que crecer constantemente.
¡No hay más verdad que la competitividad, no hay más santos ni más poderes que los mercados!
No importa que se contaminen las aguas, que se contaminen los ríos,
los mares o los aires. Competitividad, crecimiento sostenido, y los
mercados. Eso es lo único que importa. Su poder no puede ser contestado,
y además, nos demuestra la existencia de las propias sociedades que
esto es lo que produce bienestar. Y no importa que las personas de la
calle vean que ese bienestar no le ha llegado al hijo que tiene que ir a
la empresa de trabajo temporal, que le cobra el 40% de la nómina por
colocarle en una empresa.
No importa que la persona que todavía tiene una pensión que no llega
al salario mínimo interprofesional y está casi a la mitad, 69 mil y pico
de pesetas, la mitad de eso, a veces no llega. No importa el paro de
aquel que entró en los 45 años, no importa que la mujer, madre y esposa
pero que además tiene que trabajar, no cobra lo mismo, igual que el
hombre, haciendo la misma tarea, violando artículos enteros de la Carta
fundacional de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, y texto de la Constitución Española.
No importa,
porque le están diciendo que no hay más bien que la competitividad, lo
bien que vivimos, lo bien que vamos, los datos, las cifras… No importa
que la gente vea o quiera ver en su entorno y a su alrededor, hechos
que están contradiciendo ese mensaje. Porque para que no se vea, o para
ser menos hiriente, hay sucedáneos. Ahí tenéis la televisión, fútbol,
mucho fútbol, más fútbol que en épocas anteriores de la historia de
España. Ahí tenéis concursos degrandantes que no alimentan la razón, el
estudio, el análisis. Ahí tenéis la vida de los personajes populares que
se diseccionan y se abren para que atisbemos, como si fuéramos aves
carroñeras, y olvidando el entorno que tenemos, entremos en lo que
ocurre en sus alcobas. Ahí está toda una literatura de evasión, para que
la gente no vea y confunda su existencia real, con la existencia que le
ponen en las pantallas o en los informativos. Para que ocurra aquello
que tantas veces digo de la viejecita que al final del siglo XIX estaba
vendiendo cerillas, a la puerta del Palacio de la Ópera de Madrid, en
un mes de enero a las dos de la madrugada, aterida de frío, y envuelta
en una toquilla vendiendo cerillas para poder subsistir. Y cuando
entraban hombres y mujeres envueltos en armiños, en capas, con lujo, con
joyas, decían qué bien vivimos en Madrid. Un caso de alienación, un
caso de suplantación, un caso de drogadicción. La imagen, lo bien que
vivimos, las historias de alcoba, las revistas de corazón, las
frivolidades, que hacen olvidar lo que ocurre diariamente, o si se ve,
se eleva a otra categoría, como si no fuese lo real.
Resignación, además, porque el discurso oficial que baja desde muchos
sitios, baja desde los poderes públicos, baja desde las sentencias de
los tribunales, desde las cátedras, desde las clases de EGB donde el
maestro de escuela va inyectando ya unas determinadas ideas. Baja desde
la televisión, y desde los medios de comunicación. El discurso de que no
hay otra salida, esto es lo único posible. Y si no fijaros, estamos
mal, pero peor estaban en el muro de Berlín. Y cuando ya se acude a
hablar del muro de Berlín es porque no se tienen razones y hay que decir
mira qué mal fueron aquellos, porque es la única justificación.
Resignación, porque los pueblos, cuando tienen problemas, no son
rebeldes. El que tiene que comer todos los días no puede permitirse el
lujo de perder, por un acto de rebeldía, el puesto de trabajo. La
rebeldía siempre ha surgido de aquellos que comían todos los días, ¡de
aquí la gran culpabilidad de muchos intelectuales españoles, que
comiendo todos los días bien del pesebre bien de su trabajo, no han
sabido decir basta a esta situación de degradación!
“¡De aquí la gran culpabilidad de muchos intelectuales españoles que no han sabido decir basta a esta situación de degradación!”
La resignación… Una resignación que nace de la evidencia diaria, del
paro que es cierto, de ese paro que dicen que se reduce porque la
estadística dice que cuando una persona trabaja dos horas a la semana,
ya no está parada. Una disminución estadística de los empleos a tiempo
parcial, de las horas extraordinarias que se imponen pero que no se
cobran, de la angustia de si mañana podré trabajar. Eso es resignación.
Resignación que cae sobre un pueblo que se da cuenta además, o no se da
cuenta porque no le gusta o no quiere verlo, o no dejan verlo, que
estamos yendo hacia atrás, que estamos llegando a cotas propias del
siglo XIX, que aquella seguridad social para todos, que el tema del
subsidio de desempleo va bajando continuamente, en contra de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos o de la propia
Constitución.
Resignación que surge de la culpabilidad del propio parado. Uno de
los éxitos entre comillas del sistema americano es conseguir que el
pobre, el miserable, se sienta culpable de su situación. Es la filosofía
calvinista, hija del protestantismo. Tú eres culpable de tu situación.
No has sido capaz de triunfar. Esa es la filosofía de la sociedad
americana, y si no has triunfado es porque tú eres el responsable. Esta
sociedad da oportunidades a todo el mundo. Si tú no has podido hacerlo
así, tú eres el culpable. Y entonces el oprimido, el pobrecito, el
esclavo, se echa encima la responsabilidad de su situación. Es perfecto
el dominio del poder. Un dominio del poder que ya no se basa en la
fuerza, en la coacción, en la utilización de la Guardia Civil o del
Ejército. Se basa en un dominio mucho más terrible, más duro, el dominio
de la mente. Ese opio que cae desde los aparatos de televisor, ese opio
que cae desde la sentencia de los tribunales, desde los discursos
políticos, que va empapando la mentalidad de la gente y va diciendo
calla, calla, calla… Porque si no callas puede ser peor. Esa es la
resignación que se produce como consecuencia de sentirse ese parado que
él es el autor de su situación, y aquel compañero que ha sido acusado de
que cobró una vez indebidamente el seguro de desempleo, aquel
miserable, ese es el culpable. No importa que los ladrones de alto
copete sean exhibidos como figuras brillantes para enseñarle a los hijos
como ejemplo a seguir, porque el miserable que ha estafado solamente un
mes del seguro de desempleo es el culpable de todo lo que está
ocurriendo. Eso es resignación. Resignación que surge de los medios de
comunicación, y no se enfaden las cámaras, no va con vosotros, pero va
con los que tienen el poder en vuestras empresas, va contra aquellos que
optan por decirle al pueblo una parte de la verdad. Resignación que
consiste en dar un credo único, decir todos amén a la competitividad, a
la moneda única, estamos mejor que nunca, amén, amén, amén… Es el coro
como una letanía, que va uniformando el pensamiento, que va haciendo
seres totalmente iguales, como lo que describía Orwell que podía ser el
futuro, en 1984.
“Un dominio del poder que ya no se basa en la fuerza, en la coacción, sino en uno mucho más terrible: El dominio de la mente”
Esa resignación, por tanto, es hija de una economía, de un sistema
político que confunde muchas cosas. Una información que está haciendo
surgir en nuestros universitarios, en nuestros institutos, en nuestras
academias, en las escuelas básicas, la cultura del si o no, propia del
ordenador. La vida está llena de colores, de tonos, y el lenguaje es
mucho más vivo cuantas más cosas hay para ser descritas. Si o no. Blanco
o negro, derechas o izquierdas. Consteste usted como el ordenador,
afirmativo, negativo, afirmativo, negativo. Se busca ya, no el ser
humano pensante capaz de la reflexión, de la duda o de la inquietud, se
busca el esclavo sin pensamiento, y por eso no se quiere la historia, y
por eso se desdeña la memoria, porque los seres humanos somos hijos de
la memoria. Yo soy lo que soy porque viví con mis padres, mis recuerdos,
mi historia, mis vivencias… Yo soy la actualización de todo un pasado
que está vivo. Si me quitan la memoria soy un zombi, un muerto viviente,
y queremos pueblos de muertos vivientes, que se estimulen por el ultimo
partido del Barça-Madrid, que se estimulen con la última historia de
tal o cual conde, o de tal o cual señora. Que digan en los corrillos,
incluso en los parlamentos y en los lugares donde había que debatirse de
los problemas, se cuenten chistes de la vida privada, para olvidar la
tremenda realidad. Escapismo, droga, igual que la heroína, igual que la
cocaína, droga, escapismo. Sedar el pensamiento, aniquilar el espíritu
crítico y fomentar la resignación… Y frivolidad, mucha frivolidad. Y por
tanto la política entendida como compra-venta de votos. No importa qué
es lo que quiere el pueblo. Un pueblo al cual convenientemente se le va a
decir lo que quiere, a través de determinados medios. ¿Más fútbol? Pues
más fútbol. Es que yo pienso que… No, tú tienes que decir lo que le
guste al pueblo, al cual yo mediante medios de comunicación finísimos,
le voy diciendo qué es lo que le conviene. Pero yo represento un
proyecto, yo quiero explicar mi proyecto, yo quiero dirigirme a mi
pueblo, del cual formo parte, para decirle el punto de vista de nuestra
organización. No, no, no, lo que conviene es que ganes votos.
“Sedar el pensamiento, aniquilar el espíritu crítico, fomentar la resignación, y frivolidad, mucha frivolidad”
Eso no está bien dicho. Tienes que ser respetable, tienes que hablar y
decir lo políticamente correcto, el buen tono, como el chico de la
burguesía del siglo XIX, niño eso no se hace, eso no se dice. Tú lo
haces por bajo cuerda, porque todo debe permanecer como si aquí no
ocurriera nada, es decir, la cultura de la hipocresía. Crear una
sociedad hipócrita, que miente a sabiendas, que sabe que está diciendo
algo que nadie cree, pero lo importante no es decirlo, lo importante es
hacerlo pero que no se diga. Y ese cáncer va avanzando, degradando,
corrompiendo y aniquilando las fuerzas para combatir, y esto es un
camino sin duda dulce, es la muerte lenta, como se consume un brasero,
como van muriendo aquellos que beben la cicuta, muerte que le dieron al
gran Sócrates. Va durmiendo paulatinamente todo el organismo y se muere
uno con la sonrisa en los labios, ¡pero muere!
Y el otro camino es la rebeldía. Pero la rebeldía no es un gesto
altisonante, no es un grito, no es un insulto, no es una pedrada, no es
una mala contestación. Es mucho más profundo. La rebeldía es un grito de
la inteligencia y la voluntad que dice, y lo voy a decir en roman paladino,
¡no me da la gana de decirle que sí a esta actual situación! ¿Por qué?
¡Porque no quiero! Y me niego a decirle que sí, porque entiendo que
puede haber otra situación, y por tanto yo no asumo esta podredumbre y
no participo de ella, y lucho contra ella. Y esta actitud es una actitud
intelectual. Y cuando digo intelectual no quiero hablar de
universitarios, sino de la mente de cualquier ser humano. Es un
posicionamiento que nace de la mente y del corazón, del fuego de querer
cambiar, esta es la rebeldía fundamental. Lo otro son voces, son
chillidos, son insultos, son graznidos, dale caña, circo romano… No, no,
la rebeldía no es ni más ni menos que el posicionamiento con otros
valores y la decisión de hacerle frente. Rebeldía para decir que no
aceptamos que la competitividad y el mercado sean los que rijan los
destinos de las sociedades, que entendemos que hay una Declaración
Universal de los Derechos Humanos que tiene que cumplirse, y que eso
significa sociedad de pleno empleo, donde el hombre y la mujer sean
exactamente iguales, donde no haya marginados, y que costará mucho
tiempo y mucho sacrificio, pero es hermoso el luchar, incluso morir por
eso. Porque morir tenemos que morir, ¡muramos por lo menos luchando por
un ideal noble y no consumiéndonos como un brasero!
“Porque morir tenemos que morir, ¡muramos por lo menos luchando por un ideal noble y no consumiéndonos como un brasero!”
Y esa rebeldía fundacional en cuanto a entidad humana, significa
defender con esa suave ironía, con esa tranquilidad que el maestro
Saramago hace, porque es una gloria verlo contestar a los periodistas
con esa suave ironía, con esa tremenda dureza de fondo pero flexibilidad
en el lenguaje, significa defender que hay valores que deben ser
mantenidos… El hermoso valor de la igualdad. Como decía uno, la sangre
es roja y todos la tenemos roja, no hay sangre azul, y además, como
decía otro, todos los corazones, salvo alguna excepción, están a la
izquierda. Por tanto, esa igualdad que hace que los seres humanos nazcan
de la misma manera. Una igualdad esencial, no igualitarismo, y dignidad
de la persona por ser lo que es, persona.
Y junto a la igualdad, la libertad. Pero hablar de libertad es algo
muy grande, porque libertad es asumir que se tiene la conciencia libre,
que no es lo mismo que libertad de conciencia. La conciencia libre
significa que puedo decidir si yo tengo todos los elementos para
formular mi decisión. Estoy bien informado, estoy bien formado, me
alimento todos los días, tengo un techo donde guarecerme, tengo ropa que
ponerme, y una vez que tengo mis necesidades más elementales
satisfechas, yo puedo empezar a pensar para ser un hombre libre. Porque
si yo tengo que buscar el trabajo trampeando como sea, poniéndome en la
cola del paro, vendiéndome por cuatro perras porque tenemos que comer
mis hijos y yo, yo no soy un hombre libre aunque mañana me permitan
votar en la urnas. Yo voy movido por mi hambre, por mi necesidad de
tener que venderme en todo momento para el trabajo.
Y junto a la libertad, el sentido esplendido de la palabra justicia. Y
no hablo de tribunales de justicia. Hablo de eso tan sencillo de dar a
cada uno lo suyo, que impere el derecho, que no haya distinciones, que
todo el mundo sea dividido por igual rasero, el rasero de la ley. La
justicia que consiste además en conformar una sociedad. La ley es la que
puede hacer posible que conviva la gente en sociedad, mientras que la
ley sea justa y se aplique con justicia a todos igual. Solidaridad… Es
un mensaje que nos puede hermanar a todos, a todos aquellos que hablaban
sobre el internacionalismo proletario, que sigue estando vigente.
Aquellos que hablan de la hermandad de los seres humanos, y porque hacen
referencia a sus creencias basadas en la teología de liberación, a
otros que hablan desde otros supuestos de liberación humana, otras
propuestas de liberación… De acuerdo. Solidaridad, que consiste en
afirmar tranquila y serenamente, que no merece la pena luchar por
banderas, que la única bandera es la bandera del planeta Tierra, y la
humanidad es una sola raza, una sola y única raza, y que merece la pena
luchar por ella.
Y esto es muy importante: Estar informado. Hay diferencia entre la
noticia y la información. La noticia es una mercancía que se da para que
se consuma; la información es un dato que se da para que la gente
piense y a partir de ahí, extraiga sus consecuencias. Y desde la
izquierda, hablar de austeridad. A mí particularmente me gusta esta
palabra. La austeridad, palabra que vertebró un discurso de Enrico
Berlinguer, aquel secretario general del partido comunista italiano que
murió en la tribuna, hablando precisamente de austeridad. La austeridad
en el sentido romano, mediterráneo… Austeridad no es miseria. Austeridad
significa vivir dignamente, normalmente, no malgastar los recursos
naturales, pooseer uno cosas, y no que las cosas le posean a uno. No ir
constantemente atentando contra la naturaleza en un consumismo feroz.
Austeridad significa tiempo libre para discutir y dialogar con los
demás, para jugar, para hacer posible el amor entre seres que se
conocen, para convivir en la calle, en la plaza, en el ágora griega.
“Austeridad no es miseria, sino vivir dignamente. Poseer uno cosas, y no que las cosas lo posean a uno”
Austeridad que significa que la mejor manera de vivir es tener
relaciones con otro en un plano de igualdad, sintiéndose hombres y
mujeres libres en una sociedad democrática. Austeridad que hace que nos
miren a todos como seres humanos, y no por nuestra capacidad de consumo.
Yo me niego como ser humano a que digan que soy un español que consume
tantas salchichas o tantos coches al año. Eso no es la austeridad, eso
es medir al ser humano por otro talante. Austeridad que significa, con
otra palabra, sobriedad. Hablar de cosas concretas, hablar de cosas que
son importantes. Incluso cuando se utiliza el lenguaje para crear
belleza, para hacer pensar, como nuestro premio Nobel, se utiliza desde
la sobriedad, porque las palabras cayendo en cascada, uniéndose,
recreándose constantemente, hacen pensar, hacen conseguir nuevas ideas.
Humanizan. Esa es la austeridad y esa es la sobriedad. Y a partir de
ahí, es cuando comienza el discurso y la propuesta de una sociedad de
pleno empleo, de desarrollo sostenible, de reparto del trabajo, es
decir, el recurso rojo, verde, violeta, el discurso de la paz. ¡Paz! Y
la paz no es la ausencia de guerra, la paz es por ejemplo que el día
nueve estemos llenando Rota, porque quieren transformar la base militar
en una superbase, violando el punto tercero de lo que acordó el pueblo
español en referéndum, en 1986. La paz significa que mañana 1.200
hombres y aviones españoles que cuestan un dinero, no puedan entrar en
la antigua Yugoslavia, porque no ha sido consultado a las Cortes
Generales y porque se ha violado nuevamente el artículo 62 de la
Constitución. Significa por tanto hablar de paz. Paz como justicia, por
el entendimiento entre seres iguales que son capaces de razonar.
Los mecanismos son los de siempre: La movilización. ¿Qué es
movilizar? Desde la izquierda, movilizar no ha sido sólo llenar las
calles de gente, que también. Movilizar ha sido concienciar. Nosotros,
los que queremos pensar por nuestra cuenta, existimos para perturbar a
los demás. Si hay aquí algún creyente me dirijo a él para recordarle la
frase que hoy explicaba en la universidad, cuando una persona, un
compañero que era representante, parece ser, de la teología de
liberación, me preguntaba, y le recordaba yo un pasaje del Evangelio.
Decía mirad, una de las cosas que figuran en el evangelio, cuando le
preguntan a Jesús de Galilea, tú que has venido aquí, ¿a traer la paz? Y
dice, yo no, he venido a traer la guerra. ¿Y qué quería decir? He
venido a concienciar, a perturbar. Nosotros no queremos gente tranquila,
drogada, queremos gente inquieta. Venimos a perturbar, a agitar el
cerebro, a mover conciencias. Existimos en la medida en que movilicemos
el pensamiento. Como decía en aquella Iglesia del barrio del Naranjo de
Córdoba: ¡Levántate y piensa! Es lo más revolucionario que he visto en
mi vida, porque la rebeldía empieza aquí, en la cabeza, que dice ¡no
sirvo, no me da la gana, no quiero estos valores!. Movilización que
significa, por tanto, ese esfuerzo por pensar y por hacer pensar.
“Venimos a perturbar, a agitar el cerebro, a mover conciencias”
La característica fundamental de los grandes revolucionarios de la
historia fue que hicieron pensar. La revolución la hicieron las gentes,
las masas, los colectivos, pero el valor de ellos es el pensamiento que
pusieron en marcha, es el concepto de la movilización, entorno a lo
concreto, y con las alianzas de todo el pueblo. Por eso hacemos
llamamientos, queremos unidad, pero no para repartirse sillones, sino
para hacer programas de transformación. ¿Qué hacemos en el pueblo, qué
hacemos en la comunidad autónoma, qué hacemos en España, qué hacemos en
Europa? Alianzas. Alianzas entre gentes que coinciden básicamente,
parece ser, por lo menos teóricamente, en que quieren cambiar el mundo.
Pongámonos de acuerdo en que podemos cambiarlo ahora. Pero cambiar un
sillón por otro, eso ya no es correcto, eso lo hacen los otros desde
tiempo inmemorial.
Y por último la cultura. La palabra cultura viene de cultivo.
Cultivarse, hacerse ser humano cada día más. La cultura no es saber
muchas cosas. La cultura es captar todo aquello que la humanidad ha ido
produciendo y que nos mueve desde el arte al estremecimiento, por
degustar la belleza, a entender cómo la humanidad ha ido superando
determinados problemas. Un hombre culto no es un hombre que esté rodeado
de libros, que también puede ser. Un hombre culto es un hombre que mira
al mundo con mirada independiente y libre. Un hombre culto puede ser un
campesino de nuestras tierras. Cuando rebina, palabra que utilizan en
mi tierra, está pensando, pero puede calcular las cosas, piensa como
quiere, es un hombre que tiene un tipo de cultura. Y ese hombre que a lo
mejor no sabe leer, le puede dar la mano a otro culto de la universidad
que sabe más cosas, pero está en la onda de la cultura, porque ambos
confluyen desde su sentido de hombres libres con capacidad para pensar. Y
en fin, en el acto de hoy, donde ahora va tomar la palabra el maestro
Saramago, y dicho con todo cariño, en el sentido de ejercicio de
sencillez y de hondura. La voz de Izquierda Unida esta noche no ha
hablado de programas. Hemos hablado, y os lo confieso, de lo que nos
mueve a nosotros. No sé lo que ocurrirá en los próximos meses y los
próximos años, pero la decisión de mantener este discurso es firme por
nuestra parte. La vamos a seguir manteniendo, no la pensamos cambiar”.
Julio Anguita, 1999
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Un discurso a la vieja usanza que mantiene el carácter, el talante, el criterio y la emoción que siente su emisor por una política transgresora para la radicalización de la solidaridad. El discurso que levanta, más de una década más tarde, los ánimos contra las medidas de presión sobre los derechos y los valores que perdemos día tras día con los gobernantes actuales.
Austeridad que significa sobriedad, hablar de cosas concretas es lo que queremos oir, ¿verdad?
Resurge el discurso de la izquierda.
Veremos, si ganan adeptos y posiciones en el poder, si lo utilizan de forma coherente y no como lo observado hasta la fecha por sus colegas en los paises de regimenes comunistas derrocados, donde la sociedad ha vivido soslayada verdaderamente al poder central, y éste, se ha mantenido preservando todas las comodidades y lujos derivados de la explotación de los trabajadores..
Es tiempo de revolución, eso seguro..
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