 
 
Esta es la transcripción de un discurso, el referenciado en youtube en el post anterior, de hace más de diez años que, conservando toda vigencia y
 sobre el eje de la resignación humana, denuncia el sistema social que 
nos hace cómplices activos de nuestra propia degradación como 
individuos. Contiene además un análisis de los mecanismos que a través 
de los medios de (des)información, la cultura, el trabajo y otros 
modelantes de las relaciones humanas, impiden que nos rebelemos ante lo 
que deberíamos considerar una situación inadmisible.
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Hubo un hombre llamado Galileo Galilei, dedicado al estudio, a horas 
encerrado viendo astros, sacando las conclusiones de su observación, que
 descubrió que la Tierra no estaba en el centro del Universo, que se 
movía, y por tanto, era el Sol el que ocupaba el centro y entorno al 
cual los planetas, y entre ellos la Tierra, giraban. Aquel 
descubrimiento se enfrentó a la verdad institucionalizada, del Vaticano,
 la Iglesia, las creencias populares del momento, y la insistencia en el
 mantenimiento de lo que él había descubierto, le costó ir a juicio.
Y frente al acusado, cómo podía pensar él que se había equivocado 
Aristóteles, como podía pensar él que las Sagradas Escrituras mentían. 
Cómo podía atreverse él, un ingenuo sabio, a pensar que había 
descubierto algo que fuese en contra de lo que el magisterio de la Santa
 Madre Iglesia venía diciendo hacía siglos. Y sobre todo, es que acaso 
el pueblo no aclamaba contra aquel que se atrevía a poner en duda la 
centralidad del planeta Tierra… Las presiones son tremendas, tiene casi 
que abjurar. Pero en un momento, en la rebeldía última, y musitando casi
 con una sonrisa, a lo Saramago, suave pero firme, dice en el italiano 
natal: E pur se move… (y sin embargo se mueve). Porque los 
cálculos matemáticos, porque las observaciones, porque el ejercicio de 
la razón, porque lo que sus ojos estaban viendo noche tras noche, le 
estaban demostrando que era la Tierra la que se movía.
Pues bien, estamos hoy en la España de 1999, en la Europa de 1999 y 
en el mundo, en un momento en el que en otras ocasiones de la historia, 
las sociedades han tenido que escoger un camino u otro. O seguir en la 
resignación o plantar cara. La resignación es un producto que, como 
cualquier droga, duerme a la gente, duerme su conciencia. La resignación
 es como la morfina, la cocaína o la heroína. La resignación es producto
 de muchas causas. Yo voy a enumerar unas cuantas. La resignación es 
hija de ese discurso totalizador, cual si fuese una nueva religión. No 
hay más verdad que la competitividad, no hay más santos ni más poderes 
que los mercados, la economía tiene que crecer constantemente.
 
¡No hay más verdad que la competitividad, no hay más santos ni más poderes que los mercados!
No importa que se contaminen las aguas, que se contaminen los ríos, 
los mares o los aires. Competitividad, crecimiento sostenido, y los 
mercados. Eso es lo único que importa. Su poder no puede ser contestado,
 y además, nos demuestra la existencia de las propias sociedades que 
esto es lo que produce bienestar. Y no importa que las personas de la 
calle vean que ese bienestar no le ha llegado al hijo que tiene que ir a
 la empresa de trabajo temporal, que le cobra el 40% de la nómina por 
colocarle en una empresa.
No importa que la persona que todavía tiene una pensión que no llega 
al salario mínimo interprofesional y está casi a la mitad, 69 mil y pico
 de pesetas, la mitad de eso, a veces no llega. No importa el paro de 
aquel que entró en los 45 años, no importa que la mujer, madre y esposa 
pero que además tiene que trabajar, no cobra lo mismo, igual que el 
hombre, haciendo la misma tarea, violando artículos enteros de la Carta 
fundacional de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los 
Derechos Humanos, y texto de la Constitución Española. 
No importa, 
porque le están diciendo que no hay más bien que la competitividad, lo 
bien que vivimos, lo bien que vamos, los datos, las cifras… No importa 
que la gente vea o quiera ver en su entorno y a su alrededor, hechos 
que están contradiciendo ese mensaje. Porque para que no se vea, o para 
ser menos hiriente, hay sucedáneos.  Ahí tenéis la televisión, fútbol, 
mucho fútbol, más fútbol que en épocas anteriores de la historia de 
España.  Ahí tenéis concursos degrandantes que no alimentan la razón, el 
estudio, el análisis.  Ahí tenéis la vida de los personajes populares que
 se diseccionan y se abren para que atisbemos, como si fuéramos aves 
carroñeras, y olvidando el entorno que tenemos, entremos en lo que 
ocurre en sus alcobas.  Ahí está toda una literatura de evasión, para que 
la gente no vea y confunda su existencia real, con la existencia que le 
ponen en las pantallas o en los informativos.  Para que ocurra aquello 
que tantas veces digo de la viejecita que al final del siglo XIX estaba
 vendiendo cerillas, a la puerta del Palacio de la Ópera de Madrid, en 
un mes de enero a las dos de la madrugada, aterida de frío, y envuelta 
en una toquilla vendiendo cerillas para poder subsistir.  Y cuando 
entraban hombres y mujeres envueltos en armiños, en capas, con lujo, con
 joyas, decían qué bien vivimos en Madrid.  Un caso de alienación, un 
caso de suplantación, un caso de drogadicción.  La imagen, lo bien que 
vivimos, las historias de alcoba, las revistas de corazón, las 
frivolidades, que hacen olvidar lo que ocurre diariamente, o si se ve, 
se eleva a otra categoría, como si no fuese lo real.
Resignación, además, porque el discurso oficial que baja desde muchos
 sitios, baja desde los poderes públicos, baja desde las sentencias de 
los tribunales, desde las cátedras, desde las clases de EGB donde el 
maestro de escuela va inyectando ya unas determinadas ideas.  Baja desde 
la televisión, y desde los medios de comunicación.  El discurso de que no
 hay otra salida, esto es lo único posible.  Y si no fijaros, estamos 
mal, pero peor estaban en el muro de Berlín.  Y cuando ya se acude a 
hablar del muro de Berlín es porque no se tienen razones y hay que decir
 mira qué mal fueron aquellos, porque es la única justificación. 
Resignación, porque los pueblos, cuando tienen problemas, no son 
rebeldes. El que tiene que comer todos los días no puede permitirse el 
lujo de perder, por un acto de rebeldía, el puesto de trabajo.  La 
rebeldía siempre ha surgido de aquellos que comían todos los días, ¡de 
aquí la gran culpabilidad de muchos intelectuales españoles, que 
comiendo todos los días bien del pesebre bien de su trabajo, no han 
sabido decir basta a esta situación de degradación!
 
“¡De aquí la gran culpabilidad de muchos intelectuales españoles que no han sabido decir basta a esta situación de degradación!”
La resignación… Una resignación que nace de la evidencia diaria, del 
paro que es cierto, de ese paro que dicen que se reduce porque la 
estadística dice que cuando una persona trabaja dos horas a la semana, 
ya no está parada. Una disminución estadística de los empleos a tiempo 
parcial, de las horas extraordinarias que se imponen pero que no se 
cobran, de la angustia de si mañana podré trabajar.  Eso es resignación.  
Resignación que cae sobre un pueblo que se da cuenta además, o no se da 
cuenta porque no le gusta o no quiere verlo, o no dejan verlo, que 
estamos yendo hacia atrás, que estamos llegando a cotas propias del 
siglo XIX, que aquella seguridad social para todos, que el tema del 
subsidio de desempleo va bajando continuamente, en contra de la 
Declaración Universal de los Derechos Humanos o de la propia 
Constitución.
Resignación que surge de la culpabilidad del propio parado.  Uno de 
los éxitos entre comillas del sistema americano es conseguir que el 
pobre, el miserable, se sienta culpable de su situación.  Es la filosofía
 calvinista, hija del protestantismo. Tú eres culpable de tu situación. 
No has sido capaz de triunfar. Esa es la filosofía de la sociedad 
americana, y si no has triunfado es porque tú eres el responsable. Esta 
sociedad da oportunidades a todo el mundo. Si tú no has podido hacerlo 
así, tú eres el culpable. Y entonces el oprimido, el pobrecito, el 
esclavo, se echa encima la responsabilidad de su situación. Es perfecto 
el dominio del poder. Un dominio del poder que ya no se basa en la 
fuerza, en la coacción, en la utilización de la Guardia Civil o del 
Ejército. Se basa en un dominio mucho más terrible, más duro, el dominio
 de la mente. Ese opio que cae desde los aparatos de televisor, ese opio
 que cae desde la sentencia de los tribunales, desde los discursos 
políticos, que va empapando la mentalidad de la gente y va diciendo 
calla, calla, calla… Porque si no callas puede ser peor. Esa es la 
resignación que se produce como consecuencia de sentirse ese parado que 
él es el autor de su situación, y aquel compañero que ha sido acusado de
 que cobró una vez indebidamente el seguro de desempleo, aquel 
miserable, ese es el culpable. No importa que los ladrones de alto 
copete sean exhibidos como figuras brillantes para enseñarle a los hijos
 como ejemplo a seguir, porque el miserable que ha estafado solamente un
 mes del seguro de desempleo es el culpable de todo lo que está 
ocurriendo. Eso es resignación. Resignación que surge de los medios de 
comunicación, y no se enfaden las cámaras, no va con vosotros, pero va 
con los que tienen el poder en vuestras empresas, va contra aquellos que
 optan por decirle al pueblo una parte de la verdad. Resignación que 
consiste en dar un credo único, decir todos amén a la competitividad, a 
la moneda única, estamos mejor que nunca, amén, amén, amén… Es el coro 
como una letanía, que va uniformando el pensamiento, que va haciendo 
seres totalmente iguales, como lo que describía Orwell que podía ser el 
futuro, en 1984.
 
“Un dominio del poder que ya no se basa en la fuerza, en la coacción, sino en uno mucho más terrible: El dominio de la mente”
Esa resignación, por tanto, es hija de una economía, de un sistema 
político que confunde muchas cosas. Una información que está haciendo 
surgir en nuestros universitarios, en nuestros institutos, en nuestras 
academias, en las escuelas básicas, la cultura del si o no, propia del 
ordenador. La vida está llena de colores, de tonos, y el lenguaje es 
mucho más vivo cuantas más cosas hay para ser descritas. Si o no. Blanco
 o negro, derechas o izquierdas. Consteste usted como el ordenador, 
afirmativo, negativo, afirmativo, negativo. Se busca ya, no el ser 
humano pensante capaz de la reflexión, de la duda o de la inquietud, se 
busca el esclavo sin pensamiento, y por eso no se quiere la historia, y 
por eso se desdeña la memoria, porque los seres humanos somos hijos de 
la memoria. Yo soy lo que soy porque viví con mis padres, mis recuerdos,
 mi historia, mis vivencias… Yo soy la actualización de todo un pasado 
que está vivo. Si me quitan la memoria soy un zombi, un muerto viviente,
 y queremos pueblos de muertos vivientes, que se estimulen por el ultimo
 partido del Barça-Madrid, que se estimulen con la última historia de 
tal o cual conde, o de tal o cual señora. Que digan en los corrillos, 
incluso en los parlamentos y en los lugares donde había que debatirse de
 los problemas, se cuenten chistes de la vida privada, para olvidar la 
tremenda realidad. Escapismo, droga, igual que la heroína, igual que la 
cocaína, droga, escapismo. Sedar el pensamiento, aniquilar el espíritu 
crítico y fomentar la resignación… Y frivolidad, mucha frivolidad. Y por
 tanto la política entendida como compra-venta de votos. No importa qué 
es lo que quiere el pueblo. Un pueblo al cual convenientemente se le va a
 decir lo que quiere, a través de determinados medios. ¿Más fútbol? Pues
 más fútbol. Es que yo pienso que… No, tú tienes que decir lo que le 
guste al pueblo, al cual yo mediante medios de comunicación finísimos, 
le voy diciendo qué es lo que le conviene. Pero yo represento un 
proyecto, yo quiero explicar mi proyecto, yo quiero dirigirme a mi 
pueblo, del cual formo parte, para decirle el punto de vista de nuestra 
organización. No, no, no, lo que conviene es que ganes votos.
 
“Sedar el pensamiento, aniquilar el espíritu crítico, fomentar la resignación, y frivolidad, mucha frivolidad”
Eso no está bien dicho. Tienes que ser respetable, tienes que hablar y
 decir lo políticamente correcto, el buen tono, como el chico de la 
burguesía del siglo XIX, niño eso no se hace, eso no se dice. Tú lo 
haces por bajo cuerda, porque todo debe permanecer como si aquí no 
ocurriera nada, es decir, la cultura de la hipocresía. Crear una 
sociedad hipócrita, que miente a sabiendas, que sabe que está diciendo 
algo que nadie cree, pero lo importante no es decirlo, lo importante es 
hacerlo pero que no se diga. Y ese cáncer va avanzando, degradando, 
corrompiendo y aniquilando las fuerzas para combatir, y esto es un 
camino sin duda dulce, es la muerte lenta, como se consume un brasero, 
como van muriendo aquellos que beben la cicuta, muerte que le dieron al 
gran Sócrates. Va durmiendo paulatinamente todo el organismo y se muere 
uno con la sonrisa en los labios, ¡pero muere!
Y el otro camino es la rebeldía. Pero la rebeldía no es un gesto 
altisonante, no es un grito, no es un insulto, no es una pedrada, no es 
una mala contestación. Es mucho más profundo. La rebeldía es un grito de
 la inteligencia y la voluntad que dice, y lo voy a decir en roman paladino,
 ¡no me da la gana de decirle que sí a esta actual situación! ¿Por qué? 
¡Porque no quiero! Y me niego a decirle que sí, porque entiendo que 
puede haber otra situación, y por tanto yo no asumo esta podredumbre y 
no participo de ella, y lucho contra ella. Y esta actitud es una actitud
 intelectual. Y cuando digo intelectual no quiero hablar de 
universitarios, sino de la mente de cualquier ser humano. Es un 
posicionamiento que nace de la mente y del corazón, del fuego de querer 
cambiar, esta es la rebeldía fundamental. Lo otro son voces, son 
chillidos, son insultos, son graznidos, dale caña, circo romano… No, no,
 la rebeldía no es ni más ni menos que el posicionamiento con otros 
valores y la decisión de hacerle frente. Rebeldía para decir que no 
aceptamos que la competitividad y el mercado sean los que rijan los 
destinos de las sociedades, que entendemos que hay una Declaración 
Universal de los Derechos Humanos que tiene que cumplirse, y que eso 
significa sociedad de pleno empleo, donde el hombre y la mujer sean 
exactamente iguales, donde no haya marginados, y que costará mucho 
tiempo y mucho sacrificio, pero es hermoso el luchar, incluso morir por 
eso. Porque morir tenemos que morir, ¡muramos por lo menos luchando por 
un ideal noble y no consumiéndonos como un brasero!
 
“Porque morir tenemos que morir, ¡muramos por lo menos luchando por un ideal noble y no consumiéndonos como un brasero!”
Y esa rebeldía fundacional en cuanto a entidad humana, significa 
defender con esa suave ironía, con esa tranquilidad que el maestro 
Saramago hace, porque es una gloria verlo contestar a los periodistas 
con esa suave ironía, con esa tremenda dureza de fondo pero flexibilidad
 en el lenguaje, significa defender que hay valores que deben ser 
mantenidos… El hermoso valor de la igualdad. Como decía uno, la sangre 
es roja y todos la tenemos roja, no hay sangre azul, y además, como 
decía otro, todos los corazones, salvo alguna excepción, están a la 
izquierda. Por tanto, esa igualdad que hace que los seres humanos nazcan
 de la misma manera. Una igualdad esencial, no igualitarismo, y dignidad
 de la persona por ser lo que es, persona.
Y junto a la igualdad, la libertad. Pero hablar de libertad es algo 
muy grande, porque libertad es asumir que se tiene la conciencia libre, 
que no es lo mismo que libertad de conciencia. La conciencia libre 
significa que puedo decidir si yo tengo todos los elementos para 
formular mi decisión. Estoy bien informado, estoy bien formado, me 
alimento todos los días, tengo un techo donde guarecerme, tengo ropa que
 ponerme, y una vez que tengo mis necesidades más elementales 
satisfechas, yo puedo empezar a pensar para ser un hombre libre. Porque 
si yo tengo que buscar el trabajo trampeando como sea, poniéndome en la 
cola del paro, vendiéndome por cuatro perras porque tenemos que comer 
mis hijos y yo, yo no soy un hombre libre aunque mañana me permitan 
votar en la urnas. Yo voy movido por mi hambre, por mi necesidad de 
tener que venderme en todo momento para el trabajo.
Y junto a la libertad, el sentido esplendido de la palabra justicia. Y
 no hablo de tribunales de justicia. Hablo de eso tan sencillo de dar a 
cada uno lo suyo, que impere el derecho, que no haya distinciones, que 
todo el mundo sea dividido por igual rasero, el rasero de la ley. La 
justicia que consiste además en conformar una sociedad. La ley es la que
 puede hacer posible que conviva la gente en sociedad, mientras que la 
ley sea justa y se aplique con justicia a todos igual. Solidaridad… Es 
un mensaje que nos puede hermanar a todos, a todos aquellos que hablaban
 sobre el internacionalismo proletario, que sigue estando vigente. 
Aquellos que hablan de la hermandad de los seres humanos, y porque hacen
 referencia a sus creencias basadas en la teología de liberación, a 
otros que hablan desde otros supuestos de liberación humana, otras 
propuestas de liberación… De acuerdo. Solidaridad, que consiste en 
afirmar tranquila y serenamente, que no merece la pena luchar por 
banderas, que la única bandera es la bandera del planeta Tierra, y la 
humanidad es una sola raza, una sola y única raza, y que merece la pena 
luchar por ella.
Y esto es muy importante: Estar informado. Hay diferencia entre la 
noticia y la información. La noticia es una mercancía que se da para que
 se consuma; la información es un dato que se da para que la gente 
piense y a partir de ahí, extraiga sus consecuencias. Y desde la 
izquierda, hablar de austeridad. A mí particularmente me gusta esta 
palabra. La austeridad, palabra que vertebró un discurso de Enrico 
Berlinguer, aquel secretario general del partido comunista italiano que 
murió en la tribuna, hablando precisamente de austeridad. La austeridad 
en el sentido romano, mediterráneo… Austeridad no es miseria. Austeridad
 significa vivir dignamente, normalmente, no malgastar los recursos 
naturales, pooseer uno cosas, y no que las cosas le posean a uno. No ir 
constantemente atentando contra la naturaleza en un consumismo feroz. 
Austeridad significa tiempo libre para discutir y dialogar con los 
demás, para jugar, para hacer posible el amor entre seres que se 
conocen, para convivir en la calle, en la plaza, en el ágora griega.
 
“Austeridad no es miseria, sino vivir dignamente. Poseer uno cosas, y no que las cosas lo posean a uno”
Austeridad que significa que la mejor manera de vivir es tener 
relaciones con otro en un plano de igualdad, sintiéndose hombres y 
mujeres libres en una sociedad democrática. Austeridad que hace que nos 
miren a todos como seres humanos, y no por nuestra capacidad de consumo.
 Yo me niego como ser humano a que digan que soy un español que consume 
tantas salchichas o tantos coches al año. Eso no es la austeridad, eso 
es medir al ser humano por otro talante. Austeridad que significa, con 
otra palabra, sobriedad. Hablar de cosas concretas, hablar de cosas que 
son importantes. Incluso cuando se utiliza el lenguaje para crear 
belleza, para hacer pensar, como nuestro premio Nobel, se utiliza desde 
la sobriedad, porque las palabras cayendo en cascada, uniéndose, 
recreándose constantemente, hacen pensar, hacen conseguir nuevas ideas. 
Humanizan. Esa es la austeridad y esa es la sobriedad. Y a partir de 
ahí, es cuando comienza el discurso y la propuesta de una sociedad de 
pleno empleo, de desarrollo sostenible, de reparto del trabajo, es 
decir, el recurso rojo, verde, violeta, el discurso de la paz. ¡Paz! Y 
la paz no es la ausencia de guerra, la paz es por ejemplo que el día 
nueve estemos llenando Rota, porque quieren transformar la base militar 
en una superbase, violando el punto tercero de lo que acordó el pueblo 
español en referéndum, en 1986. La paz significa que mañana 1.200 
hombres y aviones españoles que cuestan un dinero, no puedan entrar en 
la antigua Yugoslavia, porque no ha sido consultado a las Cortes 
Generales y porque se ha violado nuevamente el artículo 62 de la 
Constitución. Significa por tanto hablar de paz. Paz como justicia, por 
el entendimiento entre seres iguales que son capaces de razonar.
Los mecanismos son los de siempre: La movilización. ¿Qué es 
movilizar? Desde la izquierda, movilizar no ha sido sólo llenar las 
calles de gente, que también. Movilizar ha sido concienciar. Nosotros, 
los que queremos pensar por nuestra cuenta, existimos para perturbar a 
los demás. Si hay aquí algún creyente me dirijo a él para recordarle la 
frase que hoy explicaba en la universidad, cuando una persona, un 
compañero que era representante, parece ser, de la teología de 
liberación, me preguntaba, y le recordaba yo un pasaje del Evangelio. 
Decía mirad, una de las cosas que figuran en el evangelio, cuando le 
preguntan a Jesús de Galilea, tú que has venido aquí, ¿a traer la paz? Y
 dice, yo no, he venido a traer la guerra. ¿Y qué quería decir? He 
venido a concienciar, a perturbar. Nosotros no queremos gente tranquila,
 drogada, queremos gente inquieta. Venimos a perturbar, a agitar el 
cerebro, a mover conciencias. Existimos en la medida en que movilicemos 
el pensamiento. Como decía en aquella Iglesia del barrio del Naranjo de 
Córdoba: ¡Levántate y piensa! Es lo más revolucionario que he visto en 
mi vida, porque la rebeldía empieza aquí, en la cabeza, que dice ¡no 
sirvo, no me da la gana, no quiero estos valores!. Movilización que 
significa, por tanto, ese esfuerzo por pensar y por hacer pensar.
 
“Venimos a perturbar, a agitar el cerebro, a mover conciencias”
La característica fundamental de los grandes revolucionarios de la 
historia fue que hicieron pensar. La revolución la hicieron las gentes, 
las masas, los colectivos, pero el valor de ellos es el pensamiento que 
pusieron en marcha, es el concepto de la movilización, entorno a lo 
concreto, y con las alianzas de todo el pueblo. Por eso hacemos 
llamamientos, queremos unidad, pero no para repartirse sillones, sino 
para hacer programas de transformación. ¿Qué hacemos en el pueblo, qué 
hacemos en la comunidad autónoma, qué hacemos en España, qué hacemos en 
Europa? Alianzas. Alianzas entre gentes que coinciden básicamente, 
parece ser, por lo menos teóricamente, en que quieren cambiar el mundo. 
Pongámonos de acuerdo en que podemos cambiarlo ahora. Pero cambiar un 
sillón por otro, eso ya no es correcto, eso lo hacen los otros desde 
tiempo inmemorial.
Y por último la cultura. La palabra cultura viene de cultivo. 
Cultivarse, hacerse ser humano cada día más. La cultura no es saber 
muchas cosas. La cultura es captar todo aquello que la humanidad ha ido 
produciendo y que nos mueve desde el arte al estremecimiento, por 
degustar la belleza, a entender cómo la humanidad ha ido superando 
determinados problemas. Un hombre culto no es un hombre que esté rodeado
 de libros, que también puede ser. Un hombre culto es un hombre que mira
 al mundo con mirada independiente y libre. Un hombre culto puede ser un
 campesino de nuestras tierras. Cuando rebina, palabra que utilizan en 
mi tierra, está pensando, pero puede calcular las cosas, piensa como 
quiere, es un hombre que tiene un tipo de cultura. Y ese hombre que a lo
 mejor no sabe leer, le puede dar la mano a otro culto de la universidad
 que sabe más cosas, pero está en la onda de la cultura, porque ambos 
confluyen desde su sentido de hombres libres con capacidad para pensar. Y
 en fin, en el acto de hoy, donde ahora va tomar la palabra el maestro 
Saramago, y dicho con todo cariño, en el sentido de ejercicio de 
sencillez y de hondura. La voz de Izquierda Unida esta noche no ha 
hablado de programas. Hemos hablado, y os lo confieso, de lo que nos 
mueve a nosotros. No sé lo que ocurrirá en los próximos meses y los 
próximos años, pero la decisión de mantener este discurso es firme por 
nuestra parte. La vamos a seguir manteniendo, no la pensamos cambiar”.
Julio Anguita, 1999
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Un discurso a la vieja usanza que mantiene el carácter, el talante, el criterio y la emoción que siente su emisor por una política transgresora para la radicalización de la solidaridad.  El discurso que levanta, más de una década más tarde, los ánimos contra las medidas de presión sobre los derechos y los valores que perdemos día tras día con los gobernantes actuales.  
Austeridad que significa sobriedad, hablar de cosas concretas es lo que queremos oir, ¿verdad?
Resurge el discurso de la izquierda.
Veremos, si ganan adeptos y posiciones en el poder, si lo utilizan de forma coherente y no como lo observado hasta la fecha por sus colegas en los paises de regimenes comunistas derrocados, donde la sociedad ha vivido soslayada verdaderamente al poder central, y éste, se ha mantenido preservando todas las comodidades y lujos derivados de la explotación de los trabajadores..   
Es tiempo de revolución, eso seguro..
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